Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 19 de noviembre de 2011

32. KYLE


     - Estoy aquí, contándote mis penas y eres tú la que se pone triste.
     Riley sonrió y mostró sus pequeños dientes blancos como perlas, seguidamente se mordió el labio inferior atrapando el aro de titanio que llevaba prendido a un lado. Nunca me gustaron los piercing, pero creía que el encanto de Riley residía en cada uno de sus detalles.
     - Ahora mismo me estaban asaltando mis viejos fantasmas.
     - ¿Tú tienes de eso?
     - Claro, como todos.
     Riley se sentó en el escalón y se abrazó las rodillas, las largas mangas del anorak le cubrían las manos. Hacía un frío polar, pero estaba a solas con ella, lo que iba buscando desde el principio. No me hallaba en condiciones de seducirla: sin trabajo, sin vivienda… de nada disponía para ofrecer.
     Definitivamente… no, tendría que conformarme con tontear y poco más.
     - ¿Cuáles son esos fantasmas que te acosan? – Pregunté finalmente viendo que ella no se decidía a hablar.
     - ¿No te gustaría estar ahora mismo en algún lugar donde siempre fuera primavera?
     Cambió de tema para no responder a mi pregunta. Decidí no insistir si ella no quería hablar del tema.
     - Pues a mí me gusta esta ciudad. Estos días fríos de invierno son muy pocos. Hay lugares donde siempre está azotando el viento, llueve continuamente y es raro el día en que ves lucir el sol en un cielo despejado. Además, tenéis playa, esto es el paraíso, nena.
     Ciertamente podía hablar de ello con conocimiento de causa. Durante mi infancia, una vez que el trabajo escaseaba, mi padre y yo nos veíamos obligados a alejarnos de nuestra ciudad natal.  Es más, ésta ciudad donde me encontraba ahora mismo distaba al menos mil kilómetros de la pequeña ciudad que me vio nacer.
     Desde su posición sentada en el escalón, Riley se veía muy pequeña, casi angelical, si no fuera por las largas piernas replegadas delante de su cuerpo. La vi llevarse las palmas de las manos a los ojos y en esa postura estuvo durante un buen rato.
     - ¿Te encuentras bien? – Tomé asiento a su lado y me concedí la libertad de envolverla con mi brazo izquierdo.
     - Sí. – Respondió y se rió. – Simplemente… el día se me ha hecho larguísimo y anoche casi no dormí nada.
     El sonido de su risa me entusiasmó y contagió.
     - ¿Quieres que te acompañe a casa?
     Destapó sus ojos y se volvió a mirarme, seguía sonriendo.
     - ¿De veras me acompañarías?
     - Sí, ¿Por qué no? Se te ve cansada. Podría… seguir proporcionándote calor.
     Sabía que estaba pisando arenas movedizas, por supuesto que había desplegado mis encantos e intentaba seducirla. Sin embargo me constaba que Riley no había sido nunca blanco del cortejo de ningún chico. A la vista estaba que se sorprendía de mi cortesía.
     Se levantó con una agilidad pasmosa y me tendió la mano para ayudarme. La tomé pero me levanté sin ocasionarle ningún esfuerzo.
     - Oh, parejita, estabais aquí. – Ambos nos volvimos a mirar a la recién llegada, Amber. Se quedó plantada en la puerta y habló. – Víctor dice que si queréis podéis pasar aquí la noche, los sofás son también cama.
     - ¿Qué te parece? – Me preguntó Riley con los ojos brillantes por la emoción. Estaba tan sorprendida como yo. La idea me pareció de lo mejor que había escuchado, pero la interrupción me fastidió el momento íntimo con Riley.
     - ¿Se lo has dicho a Jared? – Conociéndolo, era capaz de rehusar.
     - Oh, él está dormido… aún con los chicos aporreando los instrumentos.
     Riley pareció revitalizada. Sin abandonar su sonrisa, entró al local detrás de Amber. Ir tan cerca de ella me puso a cien, sobre todo al tener su nuca despejada a una distancia tan corta.

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