- Venga tío, vamos a entrar a tomar algo caliente – traté de convencer a Jared.
Él era nuevo en esto de vivir en la calle y por ello todavía estaba cubierto con esa liviana capa de orgullo que hace que no seas capaz de pedir una limosna o de rebajarte con tal de conseguir un poco de comida.
- Solo vamos a entrar, pedimos algo caliente y nos sentamos a entrar en calor.
- El tío ese está ahí dentro. Nos va a echar.
- Anda ya, tío – le regañé desesperado – El tío gordo se ha ido hace un momento, cuando tú has ido a mear, la que está es la chica larguirucha. Además, tenemos pasta, podemos pagar.
Se lo pensó un largo rato, pero finalmente se puso en pie y comenzó a recoger sus cosas. Debía estar igual de agarrotado que yo, después de estar todo el día allí agazapados para protegernos del gélido invierno. El mes anterior nos había ido algo mejor, aun no hacía tanto frío. Pero ahora era de locos. Las calles en invierno no eran para las personas sin hogar, supongo que era una manera que tenía Dios de ir haciendo un espulgo.
Caminamos pesadamente hasta el local. Éramos dos pedazos de tíos y cuando estábamos en pie era difícil pelear con nosotros, pero acurrucados en el suelo en nuestros sacos de dormir éramos tan vulnerables como cualquiera. Tosí repetidas veces y se me saltaron las lágrimas, lo que había empezado siendo un leve resfriado se estaba complicando, ya que tenía la garganta tan irritada y me dolía tanto el pecho que cada vez que tosía era una tortura.
Nos sentamos lo más alejados posibles de la puerta, cerca del aseo, y localicé a la chica que entraba allí todos los días a trabajar.
- Mira, allí está la chica.
- ¿Qué chica? – preguntó Jared confuso.
- Tu amiga – le sonreí con complicidad, arqueando la ceja automáticamente.
- Yo no la conozco.
- Qué tonto eres, ¿no te has dado cuenta de cómo te mira cuando pasa por delante nuestra?
- Ah, ¿Sí? ¿Y qué crees que ve? – Inquirió Jared desafiante – Supongo que ve a dos tipos sucios y harapientos, sin oficio ni beneficio.
Lo que más me había llamado la atención de la chica es que era alta, casi como nosotros, pero bastante desgarbada. Vestía casi siempre de negro o de oscuro, con esas camisetas con estampado heavy, las cadenas y eso. El pelo sin embargo lo solía llevar suelto, recogido detrás de las orejas. Y era un cabello castaño oscuro, un tono demasiado vulgar para llamar la atención de ningún chico. Eso era lo que tenía, no era nada llamativa, y tampoco guapa, sobre todo ahora mismo escondida detrás de unas gafas de lectura bastante ridículas. Y ahora nos estaba mirando, por encima de ellas, como una abuelita tejiendo. No sé si fue por el malestar o qué pero noté un escalofrío que me sacudió entero, en el momento en que nuestras miradas se cruzaron durante un segundo.
Junto a nosotros llegó un chico repeinado y con el pelo recogido en una cola de caballo, con un trasto de esos electrónicos se dispuso a tomarnos nota. Miré el tríptico con la comida, pero todo pasaba del dinero que habíamos logrado reunir desde por la mañana, mi estómago reclamaba algo de sustento, pero nos íbamos a tener que conformar con dos tazones de leche con cacao, que era para lo único que nos alcanzaba el dinero.
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