Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

lunes, 30 de enero de 2012

36. KYLE

    Cuando esa tarde entré en la cafetería, Jared no me acompañaba. Hacía algo más de un par de semanas que estábamos viviendo en el trastero de los hermanos Wrae y en ese tiempo Jared había conseguido trabajo en una empresa de materiales de construcción. Yo venía a darle a Riley las buenas noticias, después de algunas cosillas sueltas por ahí, entre ellas trabajar en una empresa de mudanzas y un par de noches de portero de una discoteca, finalmente conseguí  un contrato.
    Riley estaba inclinada sobre sus apuntes, las gafas puestas y el cabello recogido tras sus orejas. Supe de su concentración al verla juguetear con el arete de su labio, la punta rosada de su lengua acariciaba una y otra vez ese trozo de titanio.
    - Hola, guapa.
    Levantó la vista del libro y me sonrió, esa sonrisa genuina en la que me mostraba sus dientes perfectos. Dejó a un lado la tarea y se colocó frente a mí.
    - ¿Qué tal?
    - Buenas noticias. – Le confesé y vi que resplandecía de interés. – Tengo un contrato, empiezo hoy.
    - ¿Hoy? – Comprobó la hora en el móvil y me miró confundida. – Es un poco tarde, ¿Dónde vas a trabajar?
    - Empiezo hoy con el turno de noche como vigilante de seguridad en el polígono industrial.
    A decir verdad, junto a mis pies, en una bolsa, llevaba el uniforme que me habían asignado. Cuando luego llegase a la empresa recogería el vehículo, el walkie y algunas cosillas más que me hicieran falta.
    - No sabía que tuvieras permiso de conducir. – Me dijo cuando le comenté lo del vehículo.
    - Mujer de poca fe, pues claro. Soy un hombre de recursos.
    No me ofendían sus palabras, imaginaba que ella lo decía por lo de vivir en la calle, pero aquello había sido un buen golpe del destino. Cuando pude llegar a los pedales del coche, mi padre insistió en que debía aprender a conducir, y me enseñó cuanto recordaba de la teoría al respecto. Luego solo fue cuestión de presentarme a las pruebas cuando alcancé la edad.
    - Así que entras en un rato, ¿no?
    - Podría decirse. Lo que tarde en llegar a casa… – Me detuve pensando que era lo más parecido a casa que había conocido en la vida. – Lo que tarde en llegar a casa y cambiarme de ropa.
    - Comerás algo. ¿Verdad?
    Antes de que pudiera quejarme se alejó de mi lado y se acercó al ventanuco de la cocina, habló con Adrian un instante y volvió a colocarse frente a mí. Se dejó caer con los codos en el mostrador y su rostro quedó a algo más de una cuarta del mío, lo que pasó en ese instante por mi mente tuve suerte de reprimirlo, pues entonces habría estado metido en un buen lío. QUISE BESARLA… Pero solamente le sonreí, con esa sonrisa mía pícara que sabía que volvía loca a cuanta mujer se la había dedicado, niñas, madres y abuelas.

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