Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 12 de marzo de 2011

13 - (Robert y Mariam) AMIGOS

                 Se revolvió un poco en la cama, lo máximo que le permitió su estado. Teniendo en cuenta que apenas se podía mover. Le dolía todo el cuerpo pero no quería tomarse ningún calmante, aunque una enfermera le había dicho que era bueno que se los tomase, porque así podía sanar sin dolor.
                Pensó en Mariam, en cómo había tenido que deshacerse de ella para no hacerle daño. Sabía que su padre no toleraría una relación con una chica que era insignificante, pero que para él era la niña más encantadora que había conocido nunca. Deseaba que llegase el miércoles, para verla de nuevo. No podía dormirse, por más que lo intentara era imposible. Se frotó los ojos, muy cansado y se lamentó de sentirse tan solo.
                El móvil empezó a deslizarse por la pulida mesilla, después de que le hubiese silenciado la melodía de Aerosmith para que no la escuchasen en todas las habitaciones. No reconoció el número, pero enseguida el corazón le dio un vuelco cuando oyó su voz.
                - … Rob – dijo ella al otro lado de la línea.
                - ¿Sí? – la notaba nerviosa.
                - Hola.
                - Hola – respondió él con una media sonrisa dibujada en su cara.
                - ¿Somos amigos?
                - Sí, lo somos – dijo el nervioso, se sentía como si fuese un niño de trece años que ha recibido su primer beso. - ¿Porqué lo preguntas?
                - Rob, había pensado… ¿Te gustaría…? Bah, es una tontería.
                - No, dime – la apremió.
                - Pensé que… tal vez, te apetecería tener compañía esta noche. Somos amigos ¿no?
                Rob no se lo esperaba, ella era una cajita de sorpresas.
                - ¿Harías eso por mí?
                - Sí – respondió ella. – Voy para allá.
                Mariam cortó la comunicación. Rob suspiró y cerró los ojos, mientras dejaba el teléfono sobre su regazo. Tres apagados golpes en la puerta, y ésta se abrió unos centímetros en la penumbra, dejando a la vista la cabecita morena de Mariam.
                - Hola. ¿Puedo pasar?
                - Increíble – dijo él que miró la hora – Dos minutos, sí que te has dado prisa. – Estaba muy gratamente sorprendido.
                - Estaba… en el vestíbulo – confesó Mariam señalando hacia el pasillo. Estaba nerviosa por lo que había hecho. Apenas un buen rato antes, estaba entre la ya cálida ropa de su cama. Pero había pensado en Rob y de improviso se le había ocurrido que no quería estar en otro lugar.
                - Bueno – musitó sentándose en la cómoda butaca, que había llevado justo al lado izquierdo de Rob. – Espero que la amiguita ésta sea confortante. – Se arrellanó y se relajó mirando a Rob, que a su vez la miraba.
                Pronto el sueño empezó a rondarle, haciéndole cabecear en repetidas ocasiones, mientras Mariam no lo perdía de vista. Ahora que tenía sueño, no quería dormirse. LA VIDA ES INJUSTA.

                Cuando despertó esa mañana, le dolía todas y cada una de las partes de su cuerpo. Aparte de una molesta tortícolis en el cuello cuando intentaba girar la cabeza hacia la izquierda. Rob ya estaba despierto, divertido mientras la observaba estirarse como un gato.
                - Ha sido mala idea, ¿Verdad?
                - No, no. Estoy bien, pero la próxima vez me traigo un cojín de casa.
                Rob se vio sorprendido, de modo que ella quería repetir la experiencia. Puede ser que sí le hubiese perdonado.
                - ¿No te regañarán tus padres?
                - Mi madre sabe que estoy aquí. Llevo dieciséis años de vida ejemplar, me he ganado su plena confianza. Además, ella ya te conoce.
                JAZMÍN, pensó Robert, recreando en su mente la caótica noche pasada en casa de la familia Clark.
                - ¿Y tu padre? – no sabía por qué le hacía esa pregunta, a él no le gustaría que nadie le sacase a su padre a relucir.
                - No le conozco. Solo estamos mi madre y yo.
                QUÉ SUERTE, pensó Robert queriendo creer que su vida habría sido muy distinta si su madre aún estuviera con él.
                - No creo que te haga bien otra noche en ese sillón.
                - No digas tonterías – le contradijo, llevándose la mano al cuello para suavizar un poco el dolor que le había dado cuando se giró a echarle una ojeada.  – Aunque me podrías hacer un sitio en la cama, a tu lado.
                Al instante se arrepintió de sus palabras. No debía estar coqueteando con él, tenía suficiente con la extraña relación de amistad que se habían concedido.
                - Me tengo que ir, debo ir a casa a ducharme y cambiarme de ropa. – Puso el sillón en su sitio y recogió la chaqueta del alfeizar de la ventana.
                La vio salir de la habitación y supo que haría todo lo que fuese porque su padre no se inmiscuyera en su vida, porque a Mariam no podía dejarla escapar.



                Transcurrió más de una semana, en la que Mariam iba a pasar allí todas las noches. Habían roto el hielo y ya incluso bromeaban como buenos amigos. En ese tiempo no volvió a coincidir con el padre de Rob, incluso un día acudió acompañada por Patrick y Mark.
                El miércoles, Mariam asomó la cabeza a primera hora de la tarde, cargada con sus deberes de matemáticas y volvió a encontrarlo bastante triste. Se temió acabar de nuevo despachada de su lado.
                - Hola. ¿Qué tal? ¿Preparado para las “mates”? – preguntó ignorando su cara apenada.
                - Luego vendrán a por mí. Me voy a casa.
                - Ah, eso es genial. ¿No? – estaba muy feliz, siempre era mejor estar en casa que en un hospital.
                - No es tan genial. No podrás quedarte por las noches.
                Eso era innegable, pero al menos, Mariam sabía que él se sentiría más cómodo en su cama y en su habitación, con Rosita cuidando de él.
                Pasaron un rato juntos, hasta que llegó un empleado de su padre para llevarlo a casa.
                - ¿Aún no estás preparado?
                - No, espera fuera, ahora te llamo. – Una vez hubo salido el individuo, Mariam vio que ella ya no pintaba nada allí y se dispuso a irse – Mariam ¿Me puedes ayudar?
                Ella se sorprendió por la petición, pero aceptó. Le ayudó a incorporarse y ponerse en pie. Se rieron juntos cuando ella le bajó el pantalón del pijama y quedó a la vista un bóxer blanco que le quedaba ceñido. En cuestión de veinte minutos, consiguió vestirle con un pantalón de chándal cómodo (para que le pasara la pierna que tenía vendada hasta medio muslo). Por arriba, le desabotonó la chaqueta del pijama y le puso una sudadera con capucha, en color gris, a juego con el pantalón. Le peinó y quedó genial.
                - Nunca me gustó jugar a vestir muñecos, pero creo que no se me ha dado nada mal. – confesó Mariam, que había pasado unos momentos difíciles mientras estaba tan cerca de él en ropa interior. – Hacemos un buen equipo.
                - ¿Porqué no vienes a casa y te presento a Rosita?
                Mariam se quedó pillada, porque una cosa era ir a visitarlo al hospital, y otra muy distinta estar en su casa, cerca de “su padre”.
                - Creo que no es buena idea, por lo menos hoy. No sé si te dije que le di una patada en la espinilla a uno de los gorilas de tu padre.
                - ¿En serio? – preguntó Rob divertido, él también había deseado en más de una ocasión darle un buen golpe, mejor en las pelotas.
                Mariam abrió la puerta, y el tipo se acercó para empujar la silla de ruedas. Ella iba junto a Rob y no se separó de él en ningún momento, solo cuando llegaron a la puerta principal. Allí le esperaba un coche enorme, plateado, donde asomó su padre.
                - Te lo has tomado con calma, hijo.
                Robert maldijo por lo bajo, su padre sabía arruinar un buen día. Vio que Mariam reculaba y no la apremió porque intuía que su padre le causaba algo más que respeto. Por otro lado, tampoco quería exponerla demasiado a los ojos de su padre.
                - Ya nos veremos – se despidió Mariam, cuando él ya se estaba adentrando en el vehículo, con la ayuda del hombre que había subido a la habitación.
                La vio marcharse y sintió una punzada en el corazón, como si no la fuese a ver más. En esos días, apenas había tenido contacto con más gente, dejando aparte al personal sanitario.

                Se alejó del coche, con las manos fuertemente hundidas en los bolsillos de la chaqueta. Se sintió vacía, desprotegida, indefensa al instante de perderlo de vista. Volvió a casa cabizbaja.

                El gorila, cuyo nombre nunca recordaba, lo llevó en la silla de ruedas hasta su habitación. Miró alrededor, parecía que había estado fuera mucho tiempo, pero solo había sido algo más de una semana. Rosita le tenía la cama preparada, y enseguida el escolta de su padre le dejó instalado.
                Su cama era como estar en una nube, lo único (junto a Rosita) que había extrañado en el hospital. Qué pronto el importante Jason Wayne había vuelto a su rutina, apenas había desembarcado en casa, él había desaparecido… MEJOR. Se recostó y cerró los ojos, aquello si era gloria bendita, tan solo le faltaba la compañía de Mariam para ser completamente feliz. Alargó la mano para tomar el teléfono y marcó el número de Mariam que ya se sabía de memoria.

                Vaya, ese número era desconocido para ella. No solía recibir muchas llamadas, y no conocía a tanta gente como para no tener ese número controlado. Respondió después de sonar un par de veces, sonrió abiertamente, era Rob.
                - Hola, ¿qué tal estás?
                - Ya estoy instalado. Esto es muy raro ¿Sabes?
                - ¿Qué es raro? – preguntó, pero lo imaginaba. Tal vez le resultase extraño estar de nuevo entre sus cosas. A ella le había pasado algo parecido cuando volvía de los campamentos de verano, llegaba a casa y era como si hubiese estado fuera seis meses.
                - Mi habitación, mi cama. Es muy familiar pero a la vez es extraña. Me costará trabajo adaptarme.
                Le notaba triste, le daba la sensación de que estaba a punto de llorar…



                Rosita entró en la habitación de Rob llevando una bandeja con la cena que se le había apetecido, un gran vaso de leche y un buen montón de galletas.
                - Ay, el bebé – oyó que dijo alguien fuera de la habitación, conocía aquella voz demasiado bien como para confundirla, esa era Dana. Esta entró en el santuario privado, después de darle un cariñoso beso en la frente a su hermano pequeño, se sentó junto a él en la cama. Jared iba tras ella y se sentó en la silla giratoria del escritorio.
                - ¿Cómo está hoy el principito?
                - Dejaros ya de tanto cachondeo – respondió Rob.
                - Nos llamó Rosita para decirnos que ya estabas en casa y que el enemigo había huido (muy propio de él, por cierto).
                - A Dios gracias – comentó Rob nada apesadumbrado.
                - ¿Se ha portado bien el “gran padre”?
                - No me puedo quejar – a decir verdad, tenía la sensación de que su padre le había dejado en paz indefinidamente. Tal vez se había dado cuenta de la fragilidad del ser humano y le había indultado. Pero no quería hacerle mucho caso a esa sensación, puesto que ya llevaba muchos años haciéndole la vida imposible y nunca parecía arrepentirse.
                - Te juro que no me importaría estar en la miseria con tal de verle acabado.
                - Rob – intervino Jared hablándole muy serio – Tú jamás estarás en la miseria. Recuerda que tu padre es un aprovechado que pensó que había hecho el negocio del siglo casándose con una viuda rica con dos niños.
                - Lo que pasa es que mamá siempre tuvo el asunto monetario muy bien atado. Cuando cumplas los dieciocho años, si es que llegas vivo, el fideicomiso se hará efectivo – Dana trataba aquel tema como quien tenía un amplio conocimiento sobre el mismo – El albacea testamentario es mi abuela, y ella es justa.
                Sí, podía imaginarse siendo el dueño absoluto de sí mismo, sería extraordinario.
                Unos golpes tímidos a la puerta, les llevó a los tres a poner los ojos en ella. Vestía como casi siempre, tejanos, una camiseta estilo vintage y una chaqueta verde de tipo militar.
                - Hola – saludó Mariam inmensamente abochornada – Rosita me dijo que podía venir – se justificó ante el auditorio.
                - Hola – la saludó Dana, que se puso en pié y fue a su encuentro. Le zampó un besazo en la mejilla y tiró de ella hasta hacerla entrar en la habitación – De modo que tú eres…
                La miró a los ojos para que terminase la frase, pero fue Rob quien lo hizo, con una media sonrisa dibujada en sus labios.
                - Mariam – respondió. Su hermana le escudriñó unos segundos y luego se volvió hacia Mariam.
                - Hacéis buena pareja.
                Jared carraspeó y se puso en pié. Mariam era consciente que estaba en un sitio extraño. Pero curiosamente, al cruzar el umbral de esa habitación, percibió que era como entrar en otro mundo. Esas dos personas que estaban con Rob también eran extraños para ella. Observó que se parecían bastante entre ellos, no sabía quiénes eran pero debían ser gemelos. Ambos tenían el cabello negro, la chica era alta y vestía muy ceñida con una falda corta, botas altas y una chaqueta de cuero. El chico vestía totalmente de negro, y era tan delgado que parecía un modelo. Era algo más alto que la chica, cabello liso y negro que caía a ambos lados de su cara hasta los hombros. Y aquellos ojos verde aguamarina, eran idénticos para los dos.
                - Ellos son mis hermanastros, Dana y Jared.
                Jared, que estaba más cerca de ella, le tendió la mano, a Dana, ya la había saludado.

                Rob sabía que Jared era más reservado a la hora de conocer a gente nueva, pero se portó bastante bien con Mariam. Rob se sintió tan bien viéndose rodeado por la gente que quería, que le rondaba por la cabeza la idea de que aquello no podía durar. Rosita le tenía muy bien atendido. Le ayudaba con la ducha, le cambiaba de ropa e incluso le afeitaba cada mañana.

12 - (Robert y Mariam) FIRMANDO LA PAZ

                Por la mañana, cuando sonó el despertador, no le apetecía para nada ir a clase. Se arrastró fuera de la cama y fue al baño. El espejo le devolvió un rostro algo ojeroso que mostró un gesto de espanto al encontrarse con el original. Rebuscó un anti ojeras en el neceser de su madre y se aplicó un poco. Ahora estaba un poco mejor.
                Patrick la esperaba donde siempre, él vivía algo más cerca del instituto, al menos se ahorraba cuatrocientos pasos del camino. Ya lo había contado ella miles de veces, cuando se despedían hasta el día siguiente, siempre recorrían doscientos pasos, para tardar lo mismo en llegar a casa.
                - ¿Qué tal estás hoy de humor?
                - Bien, he decidido pasar de todo. Total, tardaré en verle varias semanas, quizás meses. Tal vez no vuelva al instituto.
                Patrick la rodeó por los hombros, así caminaron un buen trecho, hasta que Mariam se reconfortó. En clase estaba reunido el club de los fantásticos, que se volvieron al verlos entrar.
                - Hola Mariam. ¿Cómo está Robert?
                - ¿Qué cómo esta Robert? – no se podía creer que Joanna se dignase a hablarle después de tanto tiempo, porque se conocían desde primaria. – Ayer le dejé bien.
                No quería seguir hablando de Rob porque no quería pensar en él. Fue a sentarse en su sitio de siempre, seguida de Patrick, que se acomodó a su lado. Joanna volvió a reunirse con su corte y mientras les explicaba, con muchas palabras lo que Mariam le había dicho con ocho, echaba breves miradas en su dirección.
                La primera clase del lunes se pasó enseguida. La de Biología fue más pesada, porque estuvieron repasando algunos conceptos que ella ya se sabía al dedillo. Por tanto se le hizo eterna. A última hora, Patrick y Mariam se separaron. Él se quedó en el aula, para su clase de cálculo, mientras ella fue al aula XI con la hermana Angela y su clase de Matemáticas avanzadas.
                Ocupó su lugar de costumbre y no pudo evitar una punzada de dolor al comprobar que a su derecha, ya no había nadie que le estorbara para escribir. Llegó la hermana Angela, con sus libros y cuadernos.
                - Como íbamos diciendo ayer…
                Daba igual que eso lo hubiese dicho hacía quince días, ella retomaba el tema de la misma forma. Mariam se dispuso a tomar notas, hacer operaciones y empapar su mente de fórmulas matemáticas, todo ello con tal de no pensar en Rob y su embriagador aroma silvestre.
                Sonó el timbre de fin de clase, y Mariam despertó del letargo en el que se hallaba inmersa. Miró su cuaderno y comprobó que todos los datos estaban pulcramente anotados y aclarados con varios ejemplos.
                - Señorita Clark. ¿Puede venir un momento?
                Era inaudito que la hermana Angela requiriese de su presencia para algo, por lo general, gustaba de público para humillar a sus alumnos.
                - Traiga su cuaderno.
                Aquello la descolocó, conforme caminaba hacia el pupitre, se iba preguntando qué podía querer de ella y de su cuaderno. La profesora lo cogió con cuidado, lo abrió y lo ojeó. Había un par de puntos que Mariam tenía a su favor. PRIMERO, no era amiga de dibujitos en las esquinas y los márgenes. SEGUNDO, era limpia y ordenada en sus presentaciones. Y TERCERO, tenía una letra clara y bonita, y no dejaba escapar ni una coma.
                Mariam esperó con paciencia, mientras la profesora examinaba aquella libreta de pastas rojas rígidas.
                - Bien, buen trabajo. – Dijo, y le devolvió el cuaderno.
                - Gracias – Respondió Mariam gratamente sorprendida.
                - Pero no la he llamado para elogiarla. – Mariam anuló el esbozo de sonrisa. – Pero eres mi mejor alumna. – No sabía si sonreír por los elogios o poner cara de abatimiento como si fuese a recibir una reprimenda. ¿Qué pretendía aquella Mujer de Dios?
                - El señor Wayne está hospitalizado, y he pensado que usted es la persona más indicada para ayudarle con la materia hasta que se incorpore a las clases. – Mariam se quedó perpleja, hubo de alcanzar la libreta que se le escurrió de las manos, antes de que cayera al suelo. – Sería una lástima que, ya que tiene aptitudes para estar en esta clase avanzada, pierda la oportunidad de seguir en ella, por este contratiempo.
                Mariam se quedó sin habla, helada por fuera y ardiendo por dentro, con el corazón desbocado.
                - ¿Puedo contar con usted para que se ocupe de este asunto? No le llevará más de algunas horas a la semana.
                - … Sí – logró responder, aunque se había prometido que jamás querría saber nada más de Rob.
                - Bien, pues en sus manos queda. Aquí le dejo una serie de ejercicios para que repasen juntos – y le endosó un puñado de folios encuadernados en espiral, con actividades, problemas y representaciones gráficas.

                Cuando llegó junto a Patrick, Mark ya estaba con él, y emprendieron el camino de regreso a casa.
                - Te veo rara, niña – le dijo Patrick.
                - ¿Rara? Acabo de ser nombrada la mejor alumna para llevarle a Robert Wayne los deberes de matemáticas.
                Patrick y Mark sonrieron, fue un gesto cómplice que Mariam no pasó por alto.
                - ¿A qué viene ese sonrisa? – preguntó la chica algo molesta.
                - Creemos que deberías darle una oportunidad al chico. Debes comprender que no estaba en su mejor momento. Acababa de salir de una operación. – Respondió Mark, que ya estaba plenamente integrado en el pequeño grupo.
                - Estáis locos. Los dos.
                Echó a caminar por delante de ellos, y siguió sola hasta su casa. Mientras, los chicos se quedaron en el camino que llevaba a casa de Patrick. Le daba mucha rabia haber tomado una decisión y que la hubiesen obligado a ir en sentido contrario. Estaba claro que Rob no la quería ver, y ahora no tendría más remedio que visitarlo con frecuencia y estar con él algunas horas.
                Por otro lado, se sentía horriblemente triste, sería insufrible estar sentada a su lado y saber que nunca lo podría tener. No había que someterla a una gran tortura, para que confesase que, por lo menos, podría verlo con frecuencia, y además con una buena excusa.
                Al llegar a casa, revisó la mochila y dejó lo fundamental para su clase magistral. Tomó el bono bus y se lanzó a la aventura. Subió en el ascensor y estaba nerviosa. Por el pasillo, a cada paso que daba, notaba una quemazón en el estómago, igual que se sentía cuando iba a hacer una exposición oral de alguna materia.
                Aún faltaban algunos metros para llegar, cuando de la habitación de Rob salió Joanna, con sus mejores trapitos.
                - Hola Mariam, Robert está mejor – le dijo con una petulante sonrisa, haciéndole entrever que ya tenía la información, y no hacía falta que hiciese la visita.
                - Ya. – Dijo ella – Yo le traigo deberes. – Le mostró la mochila y siguió adelante. Esperó a que desapareciese de su vista, antes de llamar. Respiró hondo y contó hasta diez. Entonces llamó y abrió la puerta.
                Creyó ver un atisbo de sonrisa al verla asomar (estaba sorprendido) seguido de un rápido gesto serio.
                - Hola – dijo Mariam para romper el silencio. Él también la saludó.
                - Toma, aquí tienes. – Y le puso sobre el regazo el cuadernillo de fotocopias y su libreta de tapas rojas. – La hermana Angela pensó que sería buena idea que te ayudase con las “mates”.
                Aprovechando que Rob ojeaba el cuadernillo de ejercicios, Mariam lo repasó bien. Tenía mucho mejor aspecto que hacía dos días, le habían afeitado y ahora sí parecía más niño. También estaba peinado y parecía más despierto y despejado. Un pijama azul le cubría el vendaje del hombro, y ahora volvía a llevar su reloj y sus pulseras de cuero sobre sus muñecas tatuadas. Los pendientes aún no se los había puesto.
                - Cuando quieras empezamos. – Dijo la chica arrimando la mesa y colocando sobre ella el cuadernillo en blanco, los lápices, las gomas y la calculadora. – ¿Te parece bien?
                - Fantástico – repuso Rob.

                Debían llevar algo menos de una hora repasando intensamente fórmulas y haciendo ejercicios, cuando Mariam pidió hacer una pausa y fue hacia la ventana para estirarse. Llevaba todo el rato en una postura forzada junto a la cama.
                Robert la miró bien, sintiendo una dolorosa punzada en el corazón. Lo mejor que le había pasado en esos dos días era la visita de Mariam. Una vez se hubo ido Joanna, cuya visita le había dejado indiferente, ver la cabecita morena asomar por la puerta, le puso de un humor increíble. Y tenerla tan cerca suya, mientras le explicaba cosas que él ya sabía, le hacía muy feliz. La vio desperezarse como un gato y asomarse a la ventana, con más detenimiento, porque algo le había llamado la atención. Era una criatura deliciosa.
                Se empinó en el alfeizar para ver mejor, y él se quedó intrigado por saber qué había allí que exigía de ella toda su atención.
                - ¿Qué ocurre?
                - Es que hay un tipo que llega con un cochazo y que se cree el amo del mundo. – Aún seguía con la nariz pegada al cristal. – Le vi el otro día, y te juro que te hace sentir un bicho miserable cuando pasa por tu lado.
                - Ya, es mi padre. – el movimiento que estaba haciendo para recogerse el pelo en una coleta baja, se le quedó en un amago.
                - ¿Tu padre?
                - Sí, Jason Wayne, de industrias Wayne. Compra empresas en crisis, las sanea y las vende al mejor postor. Entre otras actividades.
                Ella se quedó con la boca abierta, ahora encajaba lo que le dijo la mujer de información cuando le prohibió la visita. Se miraron en silencio unos segundos eternos, en los que ella calibró el valor de aquella noticia. Así es normal que tuviese empleados, que llegase en taxi a clase. Por eso estaba DON PERFECTO en el hospital cuando salió a almorzar el sábado.
                Sonaron unos golpes en la puerta y entró un individuo que Mariam conocía bien, era el muro de hormigón con el que ella se había dado de bruces. A continuación dejó paso A DON CELEBRIDAD, y salió al pasillo cerrando la puerta.
                Robert miró a su padre y luego a Mariam. El lobo en casa, y el corderito jugando sin saberse en peligro. Casi podía percibir las babas cayendo de las fauces de aquella horrible bestia.
                - Hijo. – se acercó a él y le dio un toque amable en la cabeza. No dejaba de mirar a Mariam, Robert se preguntaba si sería amable con ella o si haría gala de su carácter de señor feudal.
                - Papá, ella es una compañera de clase. Vino a traerme los deberes.
                - Ajá. – respondió su padre sin despegar los ojos de Mariam. – Gracias, señorita, y ahora, si no le importa, déjenos hablar en privado.
                Nunca la habían echado de ninguna parte, y en dos días ya la habían echado del mismo sitio dos personas de la misma familia. Ni se lo pensó, apresuró el paso y salió de la habitación. Se dejó caer al otro lado de la puerta, con los ojos cerrados. Entonces fue consciente de que a ambos lados de la puerta había dos hombres como dos colosos, con las miradas al frente y el gesto inexpresivo. Se separó de la puerta y se apoyó en la pared de enfrente, para tenerlos a la vista. Se percató de que llevaba el lápiz enredado en el pelo, a modo de prendedor. Lo cogió y empezó a darle vueltas con dedos agiles, mientras esperaba a que llegara a su fin la secreta reunión padre e hijo. Estaba tamborileando rítmicamente en la pared con el lápiz, cuando uno de los armarios empotrados avanzó hacia ella y le sujetó el lápiz atrapándole la mano también.
                - Niña. ¿Quieres parar?
                - Suélteme la mano
                El tipo aguardó un momento y después la liberó.
                - No vuelva a tocarme.
                - Eres una niña impertinente, alguien debería darte una lección.
                - Sí, pero no va a ser usted.

                Mientras tanto, en la habitación, Rob estaba deseando que su padre desapareciese de su vista. Empezó a pasearse alrededor, ojeando el cuaderno de Mariam, hurgando en sus cosas con repugnancia. Deseaba decirle que no tocase nada, pero no se sentía con ánimos de aguantar un sermón. Aún así, esperaba que soltase alguna monserga.
                - ¿Y bien?
                - ¿Y bien, qué?
                - ¿Qué tal es la chica como profesora?
                - No está mal, la profesora de matemáticas avanzadas le pidió que me pusiese al día con el temario.
                - ¿Cuánto crees que debo pagarle por sus servicios?
                - Papá, no es necesario pagarle. Ella me está haciendo un favor.
                - Bien, como quieras. ¿Entonces te encuentras mejor?
                - Si, perfectamente.
                Miró hacia la puerta pensando en Mariam. No era justo para ella que la hubiese echado de la habitación, del mismo modo que él la había despachado dos días antes. Finalmente, parecía que su padre se había aburrido de perder el tiempo por allí y se despidió de él.
                - Sigue así, progresando. Volveré otro día.
                NO SÉ A QUÉ HAS VENIDO PERO TARDA EN REGRESAR pensó él. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada, se sentía bastante cansado. No veía la hora de volver a ver a Mariam.

                Respiró aliviada cuando vio que abrían la puerta. Se enderezó y adoptó una pose digna, para aparentar desenvoltura. El intercambio de palabras con el guardaespaldas la había dejado temblorosa y agradablemente sorprendida por su capacidad de réplica.
                - Señorita, le agradezco que se ocupe de mi hijo. Tenga esto por sus servicios. – Sacó un billete de la cartera y se lo dio. Mariam miró el billete y luego lo miró a él, no hizo intento de coger el dinero. Jason Wayne le dio el billete a su gorila, y siguió su camino sin mirar atrás. Éste tomó la mano de Mariam y la obligó a aceptar la propina.
                - Le dije que no me tocara. – dijo ella, que le pegó un puntapié en la espinilla y entró corriendo en la habitación para evitar el desquite del tipo. Vio que Rob estaba dormido y se puso a recoger en silencio sus cosas. Se sobresaltó cuando le cogió la mano. Le miró y comprobó que estaba despierto, pero muy serio.
                - ¿Ya te vas?
                - Sí, es tarde. Ah, toma, esto es tuyo. – sacó el billete del bolsillo trasero del pantalón y lo puso sobre la mesilla de noche, junto al teléfono móvil de Rob. – Tu padre me dio una propina por hacerme cargo de ti – Vio que el gesto de Rob cambiaba, como si estuviese furioso.
                Siguió recogiendo, sin mucho interés.
                - Volveré el miércoles – dijo Mariam que terminó ya con las cosas que tenía por allí desperdigadas y se puso la chaqueta verde que le había prestado su madre. No quería irse aún, pero ya no podía alargar más la coartada. Lo que más deseaba era quedarse allí toda la tarde a su lado, mirando sus ojos, enredando los dedos en el cabello de él.
                - ¿Mañana no vienes?
                - Ya te lo he dicho, el miércoles es la próxima clase de matemáticas. Pero si hay algo que no entiendes… puedo quedarme un poco más. – Sabía que era una excusa pobre que no se sostenía de ninguna manera. Aún así, esperaba tener alguna oportunidad.
                Robert la miraba sin descanso, no sonreía, pero tampoco tenía esa mirada dura de alguien que ha pasado por malos momentos.
                - ¿Sabes? No me ha quedado muy claro el último ejercicio.
                Mariam suspiró aliviada, volvió a sacar los bártulos y los esparció por toda la mesa, que arrimó más a donde él se encontraba. Trató de meterse en faena, aún siendo consciente de que Rob no le quitaba la vista de encima.
                Él se sintió feliz de que Mariam se quedase, la inoportuna visita de su padre había arruinado una magnífica tarde. Se resintió de una punzada en el hombro y se le saltaron las lágrimas, pero intentó aguantar hasta que se le pasase, para así sacarle partido a aquella gloriosa clase de repaso.

                Patrick la llamó cuando ya se iba a acostar. Se había duchado, había cenado y hecho todos los deberes, aunque apenas se había concentrado.
                - ¿Qué? ¿Cómo ha ido?
                - Bien, hice un esfuerzo y no fue mal – decidió callarse por el momento que Rob era un rico heredero y su padre un idiota prepotente.
                - Los dos sabemos que ese esfuerzo no fue muy grande.
                - Ah, vaya. Patrick, tú siempre lo sabes todo.
                - No olvides que ahora somos dos cabezas pensantes.
                Pues sí, Mark siempre estaba en mitad de todas las conversaciones. Le caía bien, pero todavía no se había adaptado al nuevo miembro. Parecía hacer buena pareja con Patrick, aunque ella no sabía si ellos dos ya eran algo o aún estaban en la fase de amigos.
                - Bueno, Patrick. Nos vemos mañana.
                No le dio opción a mucha réplica y cortó la comunicación lo más rápidamente que pudo. Fue hasta la cama y se tumbó en ella. Las sabanas estaban frías pero no le importó ya que llevaba un pijama con pantalón largo y camiseta de manga francesa. Se arropó y apagó la luz. Pensó en Rob, allí solo en el hospital, sabiendo que su padre no se dignaría ir allí para pasar la noche con él.

11 - (Robert) MI ANGEL DE LA GUARDA

                Noté un roce en la mejilla y luego en los labios, pero estaba demasiado cansado para despertar. Debió pasar un buen rato hasta que me decidí a abrir los ojos para ver de dónde provenía el embriagador olor a lavanda que me llamaba desde el mundo consciente. Y ella estaba allí, esperaba que no fuese solo un sueño. Su pelo castaño recogido en una coleta baja, como casi siempre, dejaba a la vista la forma de su mandíbula, que a mí me estaba trastornando.
                - Lady Mariam…
                Sonreí al verla sobresaltarse, me pareció que estaba encantadora con aquella carita de sorpresa.
                - ¿Cómo te encuentras?
                Me miré y me reí de mi mismo al verme en semejante estado, aún no me había parado a pensar en la situación, tan embobado que estaba con Mariam. Tenía que encajar algunas piezas, sabía que estaba en un hospital, pero ver a Mariam me despistó de un vano intento de descubrir qué hacía allí.
                - Ahora mismo estoy de maravilla – me sentía estupendamente, no me dolía nada y casi no sentía nada, tan solo fascinación por esa chica.
                - Ya. – me dijo no muy convencida. – Me llamó una tal Rosita y me dijo lo que te había pasado.
                Apartó la mirada ruborizada porque yo no dejaba de mirarla. Rosita la había llamado, Rosita… ¿y quién era Rosita? Mi madre.
                - Rosita es… alguien así como mi empleada – dije sintiéndome un capullo prepotente - … y lo más parecido a una madre que he tenido nunca.
                Quería ver a Rosita, estaría muy preocupada por mí.
                - ¿No está tu padre por aquí?
                De repente me acordé de la cadena de acontecimientos que me había llevado hasta la cama de un hospital. ¿Por qué preguntaba Mariam por mi padre?
                - No lo he visto aún, y no quiero verlo.
                 Poco a poco iba recuperando la normalidad, el atontamiento inicial se iba disipando. También me dolía un poco el hombro y la pierna. En realidad, todo el cuerpo, pero no pasaba de ser una mera molestia, de momento. Todo esto me lo había buscado yo, debí aguantar los golpes como siempre, pero aquella última vez le habría arrancado la cabeza, porque ya no podía soportar más tiempo en esa casa.
                - ¿Por qué has venido? – le pregunté con curiosidad, aunque notaba que el cansancio se iba apoderando de mí. En vista de nuestra extraña conversación del día anterior, estaba claro que no éramos compatibles.
                - Ya te dije, me llamó Rosita.
                - Si… pero ella no te obligó a venir. Me quedó claro que tu no…
                Antes de terminar, ella me atajó y yo me reí.
                - ¿Yo no qué?
                - Que no querías nada conmigo.
                Las fuerzas me fallaban, la voz también, pero no me quería ir tan pronto. No quería dejarla todavía.
                - Rob, deberías descansar. Has salido de una operación doble. Creo que te han puesto tornillos como para montar una estantería de Ikea.
                La conciencia y la inconsciencia se mezclaban en mi cabeza como en un videoclip, y me hizo gracia lo de la estantería. Al reír me dolieron las costillas y eso me hizo regresar de nuevo al mundo consciente. Decidí mirarla y memorizar cada centímetro de su rostro por si jamás volvía a despertar. Allá donde fuese, que me acompañara su recuerdo. La oscuridad se cernió sobre mí y dejé de ver lo más preciado.

                Sin embargo volví a despertar. Ya sabía que la presencia de Mariam me tenía anclado en el mundo consciente.
                - Lady Mariam. ¿Todavía aquí?
                - Me he sentado un momento y me he quedado frita. No lo entiendo, me he levantado bastante tarde esta mañana.
                Quien no lo entendía era yo, debía ser producto de las drogas, que todo lo que hacía o decía me parecía fascinante. No puede ser que fuese tan fantástica y que yo no lo hubiese notado antes. Quizás es que no le había dado la oportunidad, y lo poco que conocía de ella, era lo que yo había querido conocer.
                - ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
                - Estás tan… distinta.
                Intenté tomarle la mano y me costó trabajo moverla de su sitio. Había sido una reacción instintiva, pero me quedó un gesto torpe. Aún así ella no me dijo nada pero la vi ruborizarse.
                - El distinto eres tú. Nunca te había visto sonreír tanto, y no sé si es por las drogas o porque te has golpeado la cabeza.
                Sí que me sentía distinto. Flotaba en una nube de la que no quería bajar. Ojalá fuese siempre todo tan sencillo.
                - Bueno – dijo para terminar o cambiar de tema, o no sé. Porque el calor que desprendían sus manos me estaba poniendo nervioso. - ¿Cómo pasó todo?
                - El accidente – traté de visualizar la escena. El recuerdo de mi clavícula al romperse me estremeció. Así que le conté cómo había sucedido todo.
                - Ajá. Rosita me dijo que habías discutido con tu padre y que estabas furioso cuando saliste de casa.
                ¿Rosita? ¿Por qué le había contado tantas cosas? No tenía derecho.
                - Lo siento, no era mi intención entrometerme en tu vida. Pero debo decirte que no me importa que seas la clase de tío que se mete en peleas, si tienes problemas puedes contar conmigo.
                Por lo visto, Rosita no se lo había contado todo. Ella creía que mis golpes eran producto de mi carácter problemático, se pensaba que iba buscando bronca por ahí. Y no sabía que el noventa por ciento de mis heridas pertenecían a la hábil mano de mi padre. HE TENIDO PELEAS CON OTRA GENTE, PERO POCAS VECES ME HAN SEÑALADO.
                ¿Y si mi padre supiera de la existencia de Mariam?
                - No necesito ayuda. – Sin embargo, me hizo sentir extraño que ella pensara que era un busca broncas. – De modo que piensas que soy un tipo peligroso.
                -  Bueno, yo… vi las marcas de tu cuerpo, el resto es pura especulación. Creo que es hora de irme – dijo en un tono claramente apremiante, se había asustado. – Lamento haberte alterado, no era el propósito que tenía al venir aquí.
                Vi como se colgaba el bolso y se disponía a alejarse de mí. Era algo que no podía tolerar. ¿Quién sabía si el siguiente paso de mi padre era el centro ese del que no dejaba de hablar? Entonces tal vez no la viese más.
                - Mariam, no te vayas – le rogué ansioso. Ella se detuvo pero no me miró, sino que fue hacia la ventana, lo bastante lejos de mí como para no poder tocarla, ni rozarla siquiera. Aun esperé unos momentos hasta que Mariam volvió a hablar, no quise atosigarla para que no se alejara más. Se giró hacia mí y me tendió la mano.
                - Mira, perdona. Seamos amigos ¿vale? - Correspondí a su gesto y me sentí agradecido porque no fuera una persona rencorosa. – Y ahora, discúlpame porque mis tripas me reclaman algo de comer. Creo que me está dando un bajón de azúcar.
                Aquello no me gustó. Pero era lógico que tuviese apetito, yo también lo tenía.
                - No tardes – no quise parecer ansioso, pero lo estaba.
                - Cuenta con ello.
                Soltó su mano de la mía y para mí fue como si cortase la cadena que me anclaba a este mundo. Me fui a la deriva. Salió de la habitación y me sentí desprotegido, frágil. ¿Cómo diablos podía estar tan colgado de Mariam? Si solo se trataba de una chica de diecisiete años que era insignificante para todo el mundo, menos para mí.
                Oí la puerta y sonreí, había olvidado algo. Pero que decepción cuando apareció una auxiliar rechoncha y bajita portando la bandeja de mi almuerzo.
                - Oh, mi niño. Con ese brazo inmovilizado no podrás comer. Enseguida vuelvo y te ayudo. – ante todo era muy cariñosa, eso no lo podía pasar por alto en una persona.
                - Gracias. Pero no se preocupe, soy zurdo… me las apañaré bien.
                De todas formas, antes de irse, tuvo el detalle de trocearme el filete y dejármelo todo preparado para que pudiese valerme por mí mismo. Tan solo había degustado un trozo de carne, cuando ya se me indigestó. Sin llamar a la puerta, sin hacer ruido, había llegado mi PADRE.
                - Estás pálido, hijo.
                ¿Pálido? La sangre había abandonado mi rostro y las manos, las tenía heladas, estaba viendo al diablo de mi infierno particular. Se me había quitado el apetito.
                - Has tenido suerte, dice el doctor que pronto estarás bien.
                - Ya – el zanjé para ver si se iba de una vez.
                - Si quisiera verte muerto te habría matado yo mismo hace tiempo.
                ME ESTAS MATANDO POCO A POCO, TAMPOCO HAY TANTA DIFERENCIA.
                - He pensado que no va a ser necesario que vayas a la universidad. En cuanto te gradúes, entrarás a trabajar para mí. Un poco de trabajo duro te vendrá bien. – Sentenció con su natural autoridad. – Así que no te metas en líos, acércate a la gente adecuada y procura terminar con buenas notas ¿entendido? Nada de malas compañías, haré lo que sea para llevarte por el buen camino.
                HIJO DE PUTA, no me podía estar haciendo eso, nunca me iba a dejar en paz. En ese instante alguien llamaba a la puerta, recé porque no fuese ella, el lobo estaba en casa.
                - ¿Has terminado? – preguntó la mujer de antes. – Oh, no has comido nada. Quizás luego te apetezca algo.- miró a mi padre y luego se volvió a mí de nuevo – Vendré más tarde – cogió la bandeja y la llevó hasta el carrito.
                - Gracias – le dije a sabiendas de lo mal que le sentaba a JW que fuese dando las gracias a quienes hacían algún servicio. De hecho me echó una mirada de desaprobación, dando a entender que aún tendría mucho por aprender.
                Mi padre salió de la habitación y yo respiré aliviado, parecía como si en su presencia hubiese tenido unas manos invisibles rodeándome el cuello y apretando lentamente. Logré reprimir las lágrimas. Cerré los ojos, aturdido por la visita de mi padre y sus planes de futuro. Asustado por Mariam, estaba seguro de que no figuraría entre las compañías adecuadas a las que mi padre se refería. Preferiría cortar con ella cualquier conexión, a que mi padre se enterase del asunto y lo zanjase él.
                Oí unos golpecitos en la puerta y miré con desgana, allí estaba Mariam, con su tímida sonrisa, pero enseguida se puso seria. De todos modos ella era una personita perseverante.
                - ¿Malas noticias?
                Pero no fui capaz de mirarla a los ojos, no podía enfrentarme a ellos y decirle las palabras con las que la perdería para siempre. Se acercó y esperó pacientemente a que yo dijese la primera palabra.
                - Mariam. Será mejor que te vayas – las palabras desgarraron mi garganta conforme iban saliendo, estaban envenenadas.
                - ¿Eh? ¿De qué estás hablando?
                Estaba sorprendida, así que decidí dar el golpe de gracia, en eso era bastante experto. La miré a los ojos al fin.
                 - Quiero que te vayas.
                No tuve que esperar para ver la reacción de Mariam. Se puso pálida y vi como se daba la vuelta sin mirarme. Me maldije mil veces y me mordí el labio para no pedirle que me perdonase. Sin embargo vi como ella se volvía de nuevo hacia mí, por un momento pensé que querría abofetearme. ¿Qué podía ser si no?
                - Ya puedes sentirte orgulloso porque me has humillado de todas las formas posibles. No me explico cómo soy tan estúpida. Espero que mejores pronto.
                Entonces se fue corriendo de allí.
                - ¡¡Mariam!! – grité varias veces, intenté levantarme pero un intenso dolor recorrió todo mi cuerpo cuando fui a sentarme en la cama. No supe que más ocurrió porque me desmayé.

                - El pequeño Robert está dormidito – noté un roce en la frente, pero un olor extraño, no era lavanda. Abrí los ojos. Aquellos dos iris verdes no me eran desconocidos, pero no eran las dos bolitas marrón oscuro que yo deseaba ver. – Parece que ya abre los ojos.
                - Dana.
                - Hola mi bebé. – Y me dio un beso en la mejilla. – Vaya, estás hecho un Cristo. No me puedo creer que todo esto te lo hayas hecho con el casco puesto.
                - Eso es porque cuando se lo hizo… no llevaba el casco puesto.
                El que acababa de hablar era mi medio hermano Jared. Él y Dana eran gemelos, al menos un año mayores que yo. Y al parecer estuvieron viviendo en la misma casa que yo hasta que murió mi madre. Luego su abuela se hizo cargo de ellos.
                - Vivir en esa casa se ha convertido en un deporte de riesgo, ¿no, hermanito?
                - Me las apaño bien – dije, sin poderles mentir. Dana se sentó junto a mí en la cama, mientras Jared curioseaba por todos los rincones. Ambos eran altos y atractivos, asistían a la universidad y más parecían sacados de un comic que de una revista de moda. En eso se parecían mucho, a los dos les gustaba todo lo relacionado a comics de cazadores de vampiros y cosas similares. Se ve que no tenían que batallar diariamente con la vida real, donde un simple mortal te podía vapulear hasta dejarte sin sentido.