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sábado, 14 de mayo de 2011

17. RILEY


                Entregué las hojas del examen y salí al pasillo a tomar el aire. Aún quedaban unos cuantos en clase, los típicos que esperaban hasta el último segundo: unos eran los que bordaban el examen y precisaban de todo el tiempo disponible para rematar el sobresaliente o la matrícula de honor… otros eran los que esperaban el milagro, el milagro de que se le apareciera la Virgen María con un legajo con las respuestas a las preguntas.
                Emily me alcanzó junto a la fuente refrigerada.
                - ¿Cómo crees que te ha quedado?
                - Bien. – pensé en ello un instante. La verdad es que una vez que me había centrado, no tuve problemas en vomitar todos los conocimientos acumulados. Seguramente no pasaría del siete o siente y medio, porque en unas respuestas había profundizado más que en otras.
                Este profesor no tenía especial predilección por un estilo en particular. Había unos que pretendían que se les explicara todo como si fuesen tontitos, y otros odiaban la furrifalla con que los alumnos adornábamos los escasos conocimientos.
                - De siete y medio. – Concluí para Emily.
                - Yo creo que perfecto. – Confesó ella y la creí. Emily era el tipo de alumna ideal de todo profesor, sabía exactamente lo que se esperaba de ella y lo daba, en su justa medida. No era alumna de matrícula de honor, pero sí de las que rondaban siempre entre el nueve y medio, y el diez.
                Por ello sus apuntes eran tan fiables como los libros de texto.
                - ¿Vienes a tomar algo en la cafetería?
                Me rugía el estómago ya que no había tenido tiempo de desayunar antes de salir.
                - Conviene que te acompañe, de lo contrario es posible que te abalances sobre cualquier presa tierna y jugosa de primer año.
                Me volví y la miré con el ceño fruncido, ella me devolvió una mirada idéntica y siguió caminando a mi lado.
                - Vamos Riley ¿Tan concentrada estabas que no te diste cuenta de cómo te miraban todos cuando te sonaban las tripas?
                Quise que la tierra me tragara. El caso es que había oído unas risitas ahogadas y luego el carraspeo del profe para hacerlas callar. No quise levantar la mirada del papel por miedo a perder la concentración. Pero menos mal, de lo contrario me habría quedado completamente en blanco.
                Emily se puso en la cola para hacer su pedido.
                - ¿Qué vas a tomar?
                - Un bocata de tortilla de patatas y una coca cola.
                Le pasé a Emily un billete de cinco y la esperé en el otro extremo del mostrador. Fuimos a sentarnos junto a la ventana.
                - Dios, qué vergüenza. No me digas que todos me miraban.
                Sentí que me ponía totalmente colorada. Ya de por sí, circulaba el rumor de que era anoréxica, ahora iban a creérselo. La gente solo veía a una chica delgada, lo que parecían no darse cuente, a pesar de ser “muy” evidente, es que también era extremadamente alta y que a pesar de ser bastante comilona, la grasa no se asentaba en ninguna parte de mi cuerpo. La culpa debía tenerla mi padre, ya que mi madre era bajita, y con el pelo castaño rojizo, y los ojos verdes, y la figura armoniosa y proporcionada. Y las cejas finísimas, parecía una fila de hormiguitas enanas, y la nariz recta y adecuada al tamaño de su cara.
                Resoplé apartando todas esas ideas. Yo no pertenecía a la familia de mi madre, sino a la de mi padre, los portugueses.

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