Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 11 de septiembre de 2010

1- (Mariam) DE COMO CONOCI A ROBERT

MARIAM

Después de las vacaciones de Pascua, escuchar el sonido del despertador me puso los nervios de punta. En realidad no estaba preparada para afrontar un nuevo día de clase. Aún así di un manotazo para apagarlo, al menos durante ocho minutos.

De todas formas, cuando pasé por delante de casa de Patrick, ya me estaba esperando sentado en las escalinatas de la entrada al edificio.

- Buenos días, guapísima. Hoy estás realmente preciosa, Mariam Clark.

Yo me miré, Patrick tendía a la exageración. Para iniciar la semana me había puesto un pantalón vaquero clarito y una blusa blanca con bordados geométricos. Mis zapatillas de deporte y una chaqueta verde despintada. Toda una top model, sin duda.

Brooklyn, el mejor barrio de Nueva York para vivir, y también donde estaba el instituto al que acudía todos los días para conseguir una buena educación. ¡Puag! Quien me oyera diría que era una estudiante extraordinaria a la que le gustaba ir a clase… pues no, era buena estudiante pero prefería pasar mi tiempo en otra parte.

Llegamos al instituto Saint Francis charlando de nuestras cosas, demasiadas, teniendo en cuenta que solo llevábamos ocho horas sin vernos, y que durante ese tiempo habíamos estado durmiendo. Nos sentamos juntos en clase de lengua. Patrick era un tipo muy atractivo, alto y con el cabello castaño claro, llamaba la atención entre las chicas. Pero a él solo le interesaban los chicos. Era gay pero sin pluma.

- Atención, callaros de una vez – dijo el señor Wilson para poner orden. –Sois unos alborotadores, votaré para que eliminen las vacaciones… mirad cómo llegáis el primer día.

Todos reímos, el señor Wilson era, como poco, el mejor profesor de todos, y el que tenía sentido del humor.

Entonces le vi, entraba en clase y se dirigió hacia el señor Wilson. Nos dedicó a todos un buen vistazo mientras le entregaba al profesor un pase.

- Señor Wayne, busque un sitio libre por ahí – el señor Wilson le indicó con desidia que se acomodara. Yo le miré fascinada, parecía el típico rebelde adolescente, ya que nos miró de nuevo a todos con suficiencia.

Las chicas estaban alborotadas, hasta Patrick estaba deslumbrado. Observé cómo el nuevo caminaba con andar resuelto hasta una silla cercana a la mía pero atrasada un puesto. Me volví con disimulo para examinarlo al detalle. Vestía todo de negro con un pantalón vaquero y una camiseta. En la ceja tenía un piercing y en una de las orejas un pequeño aro dorado. Su pelo parecía cortado por él mismo en un color tan oscuro que parecía negro. Tenía las cejas bien definidas y los ojos un poco rasgados.

Estaba tan inmersa en mi estudio que no me había dado cuenta de que lo miraba fijamente.

- Qué miras – me espetó, por el gesto que hizo, no me pareció una pregunta sino una llamada de atención. Rápidamente volví la cara a mi cuaderno, y allí permanecí el resto de la hora apoyada en la mesa con el brazo izquierdo para obligarme a no mirarlo más.

- ¿Qué te pasa, chica? Te pusiste tan colorada que pensé que explotarías allí mismo.

Patrick siempre era muy observador, y muy exagerado, como ya dije. Parecíamos pareja, y aunque no íbamos ni de la mano ni cogidos de ningún modo, algunos se creían que estábamos juntos. No sé porqué me había ruborizado de aquel modo cuando el tal Wayne me espetó, pero para ser la última novedad del instituto, no era el típico tío corriente, ni el guaperas de turno.

Yo sabía que en poco tiempo, las chicas iban a devorarlo. Joanna probaba todo el material nuevo que llegaba, y luego pasaba de mano en mano hasta que era desechado, o era colocado con alguien como pareja. El que se resistía a Joanna pasaba a ser un paria y sus seguidoras no le atacaban. Quién no era de su interés o agrado, pasaba a ser invisible.

Patrick era tan atractivo que llamó la atención de Joanna el primer día de instituto, pero que estuviese ligado a mí con una cadena imaginaria, lo había colocado en la zona de invisibilidad. Sin embargo, alguna vez a Joanna se le escapaba una sonrisita en dirección a Patrick que éste devolvía religiosamente, encantado de participar en cualquier jueguecito que le hiciera parecer hetero.

Me aterraba la clase de matemáticas avanzadas, era la única que no compartía con Patrick, que seguía en la normal de cálculo. Estaba tan acostumbrada a sentarme junto a él y a sentirme protegida a su lado, que allí me sentía desnuda y desamparada.

- ¿Sabéis, el chico nuevo? Lo conoce Ruben, pero de oídas. Viene de varios institutos, por lo que se ve es bastante problemático – dijo en voz baja Joanna, pero yo pude escucharla con detalle, me hallaba a un par de metros de ellos pero mi oído es estupendo.

- Pues es muy mono – dijo Laura, ella siempre tan inteligente en sus comentarios.

Se quedaron en silencio cuando entró el nuevo, y fue a sentarse a mi lado irremediablemente. O eso o al principio de la clase, junto a la mesa de la hermana Angela. En ningún planeta nadie se quiere sentar en la primera fila.

Le miré de soslayo, allí sentado a mi derecha. Era zurdo, por lo que cuando empezamos a tomar apuntes nuestros codos tropezaron en más de una ocasión. Soy fantástica tomando apuntes cuando mi mente está en otro lado, pues no se me escapa ni una coma, aunque no me entere de nada. Estaba embobada mirando los tatuajes que llevaba en las muñecas, como motivos tribales o algo así, por los hombros también debía llevar ya que se dejaba ver algo bajo la manga corta.

- Señorita Clark, a la pizarra.

Me sobresalté pillada in fraganti. Caminé a la pizarra como si lo hiciese hasta el patíbulo. La hermana Angela era muy puñetera, capaz de haberme visto despistada y ahora una vez que no supiese responder correctamente, decir delante de todos “si no estuviese usted tan pasmada comiéndose con los ojos a su compañero de clase…” entonces seguro que me moriría.

Había escrito una operación matemática y ni la había visto hacerlo. Tiza en mano me volví hacia la pizarra y me quedé en blanco, entonces recordé los tatuajes de mi compañero, los datos que había estado anotando vinieron a mí de inmediato. Volví a mi asiento aliviada de haber salido indemne de la situación, había funcionado la asociación. En adelante tendría que estudiar con el tal Wayne delante de mí.

- Casi la cagas – me dijo, yo no le respondí ni le miré. La clase se pasó con rapidez extrema, el timbre ya estaba sonando y cómo si hubiese un resorte en la silla, el nuevo saltó de ella y desapareció entre la multitud.

- Jo tía, qué suerte. ¿Huele bien? – preguntó Patrick a mi lado, era increíble cómo podía ser tan rápido para llegar desde su clase hasta la mía.

- Olor – dije, un olor como a… bosque. ¿O me lo estaba imaginado? No, no olía mal, de hecho, olía estupendamente.

Cambiamos de tema mientras íbamos hacia la salida, nos sentamos en los escalones y abrimos nuestros almuerzos. Mamá siempre me dejaba algunos dólares para almorzar en el comedor escolar, pero prefería las ensaladas de huevo o de pasta que me preparaba yo misma. Sé que por ahí me llamaban la “tuppergirl” pero me importaba un carajo.

- ¿Qué traes hoy?

- Bocata de jamón dulce con tomate en rodajas – respondió Patrick desenvolviendo su paquete de papel de aluminio. Como siempre, lo partió por la mitad y me dio un trozo, a la vez que yo le pasaba un tenedor.

- La mayonesa, la mayonesa – me gruñó con la boca llena.

- Lo siento, es que se me ha olvidado – le respondí también con el bocado en la boca.

- Jo, Mariam, lleva pepino… me encanta. ¿Por qué no me adoptáis en casa? Te prometo que soy el mejor haciendo las chapucillas.

- Ni hablar, ya me ocupo yo de esas cosas y no me va nada mal.

Mamá y yo siempre hemos vivido solas. Nunca he conocido a mi padre y a estas alturas de la vida tampoco me interesaba conocerlo. Ella, Lisbeth Clark, se quedó embarazada de mi muy joven. Y todo había ocurrido en el asiento trasero de un viejo coche. Pero se marchó de casa después de que los abuelos no quisieran saber nada de ella. Salir adelante con diecisiete años y embarazada de mi no fue sencillo. Empezó a trabajar en algunos sitios y una vez yo nací fue buscándose la vida hasta la actualidad. Ahora tenía dos trabajos, por la mañana en un supermercado y por las tardes en un bar. Algunas veces enganchaba hasta después de media noche. Así que yo era básicamente una “niña llave” como lo llaman los psicólogos. Porque nos hacemos cargo de las llaves y actuamos con autonomía asumiendo las funciones de adulto.

¿Y qué iba a hacer? ¿Morirme de hambre? Bastante temprano reconocí que me iría mejor si hacía mi propia comida y si mantenía limpio mi entorno. No daba ruido, no molestaba a nadie, no daba motivos para que alguien llamase a los servicios sociales. Lisbeth no era una madre convencional, pero era la única que tenía, y la que traía el dinero a casa de forma honrada.

- Estás muy callada.

- Estaba pensando – respondí mientras recogía para volver a clase. – Voy al baño, guárdame sitio en Biología.

Patrick siguió su camino tan acostumbrado a mis cambios bruscos de parecer y de dirección. Había veces que cuando íbamos por ahí mirando escaparates, me pareaba sin previo aviso, y él seguía caminando y hablando solo hasta que se percataba de que yo me había quedado atrás. Entonces retrocedía y me reñía. Se estaban vaciando los pasillos y aligeré el paso cuando al oír el timbre. Entonces al doblar una esquina me choqué de lleno con algo oscuro que me derribó a l suelo de culo. Aturdida me llevé la mano a la ceja derecha que me dolía mucho. Miré mi mano y encontré sangre. Me asusté, estaba sangrando. Sin duda tenía que haberme hecho un corte. Se me habían saltado las lágrimas del dolor tan intenso que sentía, entonces miré el muro contra el que había chocado.

Un muro que sangraba profusamente por la nariz, donde mi ceja se había estrellado. La sangre que yo tenía en la cara era suya.

- Hostia. ¿Por qué no miras por dónde vas, niña?

Era él nuevo. Estaba recostado contra la pared pinzándose el caballete de la nariz, tratando de detener la hemorragia. No me sentía querida en ese momento. Intenté levantarme pero me mareé y permanecí sentada en el suelo unos instantes más.

- Vale, lo siento, pero se ve que tú tampoco ibas muy atento.

En contra de todo pronóstico, me tendió la mano y me ayudó a ponerme en pié. Rebusqué en mi mochila y le pasé un pañuelo desechable para que se limpiase.

- Me parece que será mejor que vayamos a la enfermería, allí nos darán un justificante para la clase de Biología – le propuse.

Fuimos en silencio hacia el pasillo de administración donde estaba la enfermería. Era agradable caminar por allí sin el bullicio acostumbrado. La señora Houston, la enfermera del centro, me obligó a tumbarme en la camilla con un poco de hielo sobre la ceja, con Wayne hizo lo propio sentado en una silla.

- Apuesto a que es la primera vez que visitas la enfermería – dijo éste una vez que la enfermera salió de la habitación.

- Procuro andarme con ojo… excepto hoy, claro está.

Si me tocaba la ceja me dolía un montón, pero lo ideal era no tocar, aun así no lo podía evitar. Sumado a ello, estaba el creciente nerviosismo que empezaba a sentir por encontrarme a solas con él.

- Oh Dios, Patrick tiene que estar de los nervios al ver que no he aparecido por allí – dije más como una reflexión particular. Estábamos tan acostumbrados a estar juntos que tal vez no sobreviviríamos por separado.

- Patrick es ese tío que va contigo. ¿No? ¿Es tu novio?

- No. Solo somos buenos amigos.

- ¿Y tú te llamas…?

- Mariam Clark.

- Mariam – repitió. Sabía lo que debía estar pensando, siempre el mismo chistecito de siempre de Robín y Mariam, así que decidí cortar por lo sano.

- De la gente que conozco, más de la mitad me ha preguntado alguna vez por Robín Hood. No irás a hacer tú el mismo chiste.

- Ah, pues no había caído – ¿era sincero? – Yo me llamo Rob… Robín.

Oh, creo que se me desencajó la boca de la sorpresa, él alargó la mano y tomó la mía estrechándola para saludarme.

- Robín y Mariam, parece que estuviésemos predestinados – dijo.

Me reí y solté una carcajada sonora. Qué casualidad encontrar a mi Robín particular. Hasta que entró la enfermera y nos soltamos las manos, no me di cuenta de que estábamos cogidos. Abrí los ojos y me sentí mejor. Rob me ayudó a levantarme, recogimos nuestros justificantes y fuimos a biología.

Íbamos caminando juntos, era bastante alto, tanto que mis ojos quedaban a la altura de su hombro. Me di cuenta de que en la oreja izquierda llevaba un pequeño pendiente plateado. Unas finas pulseras de cuero conjuntaban con sus extraños tatuajes. Bajo la oreja izquierda lucía un mini tatuaje de algo que me pareció una araña.

Me cedió el paso para entrar en el aula. Le dimos los justificantes al profesor y fuimos a sentarnos. La cara de Patrick era un poema, gesticulaba con los ojos y a mí me daba la risa, juro que lo habría abofeteado allí mismo. Las fuerzas vivas femeninas de la clase me miraron con desprecio.

- Desapareces durante media hora y reapareces con el bombón – susurró Patrick súper excitado, más que yo.

Cuando terminamos la clase, Rob se evaporó en cuestión de segundos. Y así ocurrió con las demás clases hasta el final de la jornada. Nuestras miradas se encontraron en algunas ocasiones, pero aparte de medias sonrisas, no hubo nada más. Al salir del edificio solo tuve tiempo de ver cómo se alejaba montado en una moto negra.

De vuelta a casa, tuve que relatarle a Patrick lo sucedido con todo lujo de detalles. No cabía en sí de la emoción conforme le contaba que chocamos de cara.

- Mariam… eso es el destino – auguró Patrick con intriga.

- Qué destino ni porras… Si el destino duele así, no quiero tener nada que ver en ello.

En casa, saqué los deberes lo primero y me puse a hacerlos en la mesa de la cocina. Vivíamos en un pequeño apartamento de dos habitaciones. El salón y la cocina se comunicaban con una encimera. En la cocina había una mesa cuadrada donde nos sentábamos a comer. El salón estaba a la izquierda del diminuto recibidor. Frente por frente a la puerta principal había un pasillo que llevaba a dos dormitorios y al baño.

Al terminar los deberes, saqué mi caja de herramientas y arreglé la puerta de la despensa que colgaba de una de sus bisagras. Mamá solía dejar dinero en estas circunstancias para que llamase al casero y arreglara las cosillas que se estropeaban. Pero yo hacía la mayor parte de las reparaciones y el dinero iba a mi bolsillo. Más que al bolsillo, iba a una lata de galletas sabiamente oculta en un secreto rincón de mi habitación. Fondos universitarios… si es que se me ocurría qué hacer y dónde ir. No tendría que rellenar solicitudes hasta más adelante, pero me aterraba la idea.

Aquella noche soñé con Rob Wayne. No sé exactamente de qué iba la historia, pero me daba igual con tal de que él se pasease a sus anchas por mi onírico subconciente.

Durante el resto de la semana, Rob Wayne y yo no coincidimos juntos más que en clase de matemáticas avanzadas. Y a pesar de trabajar codo con codo (nunca mejor dicho), no me volvió a dirigir la palabra, tal vez alguna media sonrisa cuando no se podía escabullir. Lucía un leve morado en la nariz, a mí casi no se me notaba.

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