Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

lunes, 13 de septiembre de 2010

2- (Mariam) CUANDO ROBERT SE ALEJÓ DE MI

Por fin en la clase de gimnasia tuve ocasión de hablar con él. Gran parte de los alumnos de la clase se fue a jugar al baloncesto mientras una minoría nos quedamos a hacer un circuito por parejas.

No sé porque, o bien porque no le apetecía estar con los otros, o bien porque le apetecía estar conmigo, el caso es que acabamos juntos. Hablamos lo imprescindible durante un buen rato: “que calor”, “va a acabar con nosotros”… y cosas por el estilo; sin embargo cuando nos llegó el ejercicio de las abdominales, en que uno las hacía y el otro sujetaba las piernas, no tuvo más remedio que entablar conversación. Primero me tocó a mí, juro que debo resultar espantosa en semejante esfuerzo, pero aún así, él no pareció disgustado.

- Eres un tío muy raro. ¿Lo sabías? – pregunté en tres veces mientras subía y bajaba. Rob sonrió, su dentadura perfecta le hacía parecer un niño de cinco años.

- Lo sabía.

Más que una conversación, con este tipo de respuestas parecía un monólogo. Desistí de mi empeño. Rob me tendió una mano para ayudarme a levantarme y entonces fue él quien se tumbo en el suelo y yo quien le sujetó los pies. Hizo una mueca como de dolor pero se preparó para empezar al toque del silbato.

- No quiero decir que seamos íntimos, pero por lo menos “hola y adiós” – insistí, después de lo que nos había pasado, aunque para él carecería de importancia. En realidad no tenía ninguna importancia, salvo para mí.

Mira que rechacé la idea del DESTINO que propuso Patrick, pero una vez que algo se instala en mi mente, ya cuesta trabajo erradicarlo. Maldita sea.

- Lo que tú quieras.

- Ya – dije no muy convencida.

Me estaba entrando la taquicardia de verlo subir y bajar, sus ojillos ¡azul oscuro! Me estaba volviendo loca. CREO QUE ME HE ENAMORADO. Nunca lo entenderé, ¿por qué me gustan los chicos que no me hacen ni caso? Pero éste pareció distinto, cuando nuestro encuentro fortuito, y la química que yo sentí entre nosotros. Mas luego se demostró que NO ESTÁ HECHA LA MIEL PARA LA BOCA DEL ASNO. No sé si yo era la MIEL, pero por el papel desempeñado me sentía el ASNO, sin probar la dulce miel.


Acabada la clase de gimnasia, todos fuimos a las duchas, excepto Rob, al que vi remolonear por allí, con su pantalón corto azul marino y su camiseta gris sudada. No supe, ni imaginé porqué se entretenía tanto ya que en ese caso perdería mi turno en las duchas.

Fui de las últimas en salir y me quedé espiando la puerta del vestuario de los chicos. Los conté, incluso a Patrick, que estuvo esperándome y viendo que no aparecía se marchó.

Finalmente, no debía quedar más que él, así que no tendría que esperar mucho más. Salió atusándose el pelo y con su gran bolsa colgada en el hombro, entonces me vio sentada en el banco.

- ¿Me estabas esperando? – me parecía que no estaba de muy buen humor, así que no me atrevía a decirle lo que yo quería, ser su amiga.

- Esto… me preguntaba… – no sé porqué me encontraba en esa tesitura, parecía una preescolar, ¿porqué él y no otro? ¿Qué extraño nexo nos unía?

- Escucha María… – MARIAM, dije en mi fuero interno dándome cuenta de que no recordaba mi nombre. – No sé por qué haces esto, pero no me interesa.

Íbamos caminando juntos y él siguió hablando sin detenerse ni aflojar el ritmo.

- Si es por lo del otro día…, solo quise ser amable, nada más. Así que agradecería que me dejases en paz, porque ni me interesas tú, ni me interesa hacer amigos en este maldito lugar.

Por mis venas la sangre fluía hirviendo hasta el corazón, por contraposición al rostro, que sentí frio y sin color. Me quedé parada y la distancia que nos separaba se hizo aún más y más grande.

Por fin las lágrimas acudieron a mis ojos, aunque con ello también llegó el nudo en la garganta. Así no podía ir a clase. Me di la vuelta y me fui a casa. Solo me apetecía acostarme y taparme la cabeza, dormir durante diez años y amanecer siendo ya una mujer diferente.


Más tarde, una vez acabaron las clases, recibí la visita de Patrick.

- ¿Qué le pasa a mi niña? – dijo y me abrazó tiernamente, uno de esos abrazos de hombre que me reconfortaban tanto.

- Es que soy tonta, Patrick.

- No digas eso, cuéntamelo todo.

Fuimos a sentarnos en la sala de estar, en el sofá y allí me dejé caer sobre su hombro mientras él me abrazaba. No lloraba, pero me sentía tan abatida por el rechazo de Rob que no me apetecía pensar más en el asunto.

- Es un hijo de puta – gruñó Patrick. – Si quieres le rompo la cara cuando le vea. Le puedo hacer esa llave de karate… ¡kiaaaaaa! Y lo lanzo sobre mi cabeza hasta cien metros más allá.

Me reí, cuando le vi gesticular sus llaves de karate, y su carita de situación imitando las viejas películas de artes marciales.

- Qué payaso eres…

- Sí, pero tú sabes que ya no hacen pelis de artes marciales, es una pena.

Al final, terminamos la tarde hablando de nuestras cosas, de las pelis que veían nuestros padres, rescatadas del videoclub en nuestras largas tardes de sábado y domingo.

- Patrick, no tenemos vida social – le dije ya en la puerta de casa.

- A mí no me hace falta, pero si tu quieres… hay una discoteca que no tiene límite de edad… podríamos ir a la primera sesión – parecía desganado, como si no le agradara la idea de acudir a un antro así.

Pero nos hacía falta ampliar el círculo de amigos, no por mí, sino por Patrick, que necesitaba conocer a otros chicos gays. Al final quedamos para el día siguiente, a un club llamado Riverside o algo así. No sé qué resultaría de aquella idea, cuando sugerí lo de “vida social” no me refería exactamente a salir de marcha.


Me fui a la cama después de hacer los deberes, la cena de mamá y de recoger un poco. Una vez acurrucada en mi cueva, los recuerdos volvieron a mi mente. Rob no tenía por qué haberse portado así conmigo. Quizás yo había sido muy cansina pero, en el fondo, sabía que no era para tanto. Claro que si sumaba mi insistencia y su escasa tolerancia, daba como resultado insolencia por su parte. Me lo tenía merecido.

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