Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

lunes, 13 de septiembre de 2010

3- (Mariam) EN LA DISCOTECA

La noche transcurrió escandalosamente rápida. Gracias a Dios no le di demasiadas vueltas al tema. Mamá estuvo en casa toda la mañana y pude pedirle permiso para ir al club.

- ¿Por qué quieres ir?

- Mamá, nunca he ido a un sitio de esos. Quiero probar a ver qué tal es – nunca me había sido complicado convencer a mi madre de algo, pero se estaba empezando a poner difícil.

- Mariam, eres muy pequeña para ir a un club.

- Pero mami – insistí. – Voy a cumplir diecisiete años dentro de un mes, y además, sabes que soy muy responsable.

- Si yo me fio de ti cariño… lo que no me fio es de los demás chicos.

- Mamá, por favor. Voy a ir con Patrick, recuerda que es cinturón negro de kárate.

- Está bien, está bien – se dejó convencer. – Pero no vuelvas tarde ¿quieres?

- Gracias mamá – la besé en la mejilla y salí volando de allí.

A la hora acordada me encontré con Patrick donde siempre. Yo me puse una minifalda vaquera corta con unas mallas negras, unas bailarinas negras de mamá y por arriba también llevaba algo de mamá. Se había empeñado en que pusiera una blusa blanca con bordados a punto de cruz y fruncida por la zona del pecho. Sobre ésta, una cazadora de cuero que mi madre se compró pequeña de saldo porque pensaba que iba a adelgazar.

- Uauu – y silbó también Patrick. – Qué guapa estás.

- ¿Estás seguro de ser gay?

- Completamente, pero ante una belleza como tú, podría permitirme un desliz – admitió pasmado. Le creí. – ¿Y yo qué tal estoy?

- ¿La verdad?

- Toda la verdad y nada más que la verdad.

- Creo que eres el único gay sin estilo al vestir – me burlé tan seria que se lo creyó. – ¡Que no, tonto! Hoy vas a ligar, estoy segura.

- Ojalá los Dioses te oigan – Estaba espectacular vestido todo de negro, camiseta, tejanos y zapatos.

Había una cola de campeonato para acceder al club. Diría que todos los adolescentes de Nueva York estaban allí congregados. Sin duda, debía ser un lugar muy bueno, yo de eso no tenía una gran idea porque era la primera vez que acudía a semejante antro… ¿realmente sabía bailar?

- Ya casi estamos, Mariam, mi amor – estaba tan nervioso que empecé a atar cabos, ¡era él el más interesado en acudir allí!

El local era enorme, música a todo volumen, el tipo de música que no había escuchado en mi corta vida. Siempre he dicho que debería haber nacido como diecisiete años antes de cuando nací. Habría encajado mejor en la adolescencia de mil novecientos noventa y tres.

- ¿! Vas a tomar algo!? – chilló Patrick entre el bullicio.

- ¡No, luego!

- ¡Pues yo sí, ahora vuelvo!

No me apetecía nada dejarme el equivalente a una bisagra reparada en una coca-cola, cuando me la podía beber en casa viendo una peli, y además sería una lata, con sus 33 cl, y no un vaso de tubo de plástico con más hielo que coca-cola. Porque eso era lo que tenían en la mano los parroquianos. Pero cuando Patrick llegó, no me anduve con miramientos y le di un buen trago a su coca-cola en vaso de plástico.

Total, que anduvimos allí moviéndonos a diestro y siniestro y sacamos a relucir una de nuestras particulares coreografías. Fui al baño, al salir encontré a Patrick hablando con un chico bastante atractivo, muy estiloso vistiendo y que no había más que sonreírle a Patrick como un bobo. Éste me hizo aspavientos exagerados para que me acercase, y así lo hice con cautela, se le veía demasiado emocionado. Temía que se llevase un chasco, del estilo del mío.

- ¡Mariam, te presento a Mark, fuimos compañeros en el campamento ese al que fui cuando tú estuviste enferma en casa con la varicela!

- ¡Ah, ese Mark! – grité recordando cuando a los diez años, Patrick descubrió que era homosexual. – ¡Encantada de conocerte al fin, Mark!

- ¡Lo mismo digo, Mariam! ¿¡Y Robin!? – se burló guasón. Yo reí la broma, como siempre hacía, aunque maldita la gracia durante dieciséis años.

Decidimos salir del club y tomarnos una coca cola o un café en un sitio que Patrick y yo habíamos frecuentado. Ellos iban delante y yo les seguía como un guardaespaldas. En la salida enganché sin querer mi chaqueta con el pomo de la puerta y estaba batallando para librarme cuando oí bullicio en la entrada. Corrí temiendo que Patrick se viese en apuros.

Junto a la larga cola de adolescentes que todavía quedaba esperando, el otro gorila tenía sujeto a un tipo por el brazo.

- Suéltame cabrón – decía el tipo en cuestión.

- No te quiero ver más por aquí ¿entendido? – lo zarandeó un poco y lo empujó hacia atrás. Vi como el tipo cayó de espalda y se quedó en el suelo inmóvil un instante, entonces lo reconocí.

- Rob – musité, aunque Patrick me oyó.

Acudí rápida hasta donde se encontraba Rob y me arrodillé a su lado, parecía inconsciente, le di unas palmaditas en la mejilla y abrió los ojos. Parecía confuso.

- Rob, despierta, ¿estás bien?

- … Sí, deja de pegarme – me sujetó la mano y la olió. – Mm, hueles bien.

- Será mejor que te vea un médico, te has dado un buen golpe – repuse mientras evitaba que se levantase.

- No quiero ver a ningún médico, me encuentro bien.

Se incorporó y, Patrick y yo le ayudamos a enderezarse. Nos miró y sonrió, entonces vio a Mark y soltó una socarrona sonrisa. Algo debió entrever. De pronto puso los ojos en blanco y de no ser por Patrick se habría desplomado en el suelo como un muñeco roto.

- Estoy bien, de veras. Solo necesito tumbarme un rato.

- Te llevamos a casa. ¿Dónde vives? – propuso Patrick.

- ¡No! – gruñó. – A casa no.

Lo miré bien, tenía un aspecto horrible. Unas sombras ojerosas bajo sus ojos empeoraban su cara. Además, apenas se tenía en pié.

- Yo no sé si hago bien, pero le voy a llevar a mi casa- decidí en aquel mismo instante.

- Mariam. ¿Estás segura?

- Tranquilo, puedo con él, ya lo sabes.

- No te lo digo por eso… – y acercándoseme al oído me susurró – huele que apesta a cerveza y quién sabe a qué más…

- Vete tranquilo, pillaré un taxi. Luego te llamo.

Tomé su brazo, me lo eché al cuello y lo arrastré calle arriba hasta alcanzar una de las avenidas. Me alegré de que ni Patrick ni Mark se hubiese ofrecido a acompañarme. Aún a pesar de mi tamaño, ya había jugado a cargar con Patrick sobre mis hombros. Él era gay, pero se portaba como un tío en lo que a fuerza bruta se refería. Media hora más tarde entraba en casa. El estado de Rob había empeorado, estaba pálido como un cadáver y envuelto en sudor. Cuando accioné el ventilador del techo empezó a tiritar.

La sorpresa no se hizo esperar y vomitó allí mismo sobre el parquet de la entrada, manchándose la camiseta.

- … Yo no… – musitó arrastrando las palabras.

- No te preocupes, ven conmigo.

Lo guié hasta mi habitación y lo senté en mi cama que me apresuré a destapar. Él se echó hacia atrás despacio después de que le quitase la camiseta sucia. Un ángel en mi cama, eso es lo que era. Parecía como si siempre hubiese estado allí esperándome. Sacudí la cabeza SÁCATE DE LA CABEZA ESTAS IDEAS TONTAS, MARIAM.

Cuando fui a limpiarle un poco con una toalla mojada con jabón, le vi unas marcas oscuras en el pecho y en la espalda, parecían huellas de unos golpes. No eran tan recientes para haberlos recibido en el club esa noche. Lo volví de lado por si vomitaba de nuevo y lo cubrí con la ropa de cama. Le puse un poco de hielo en la nuca, donde le noté un chichón.


Mamá vino después de medianoche y todo estaba recogido, ni rastro del vómito ni del olor. La camiseta de Rob lavada, olorosa y tendida en la escalera de emergencia para que se secase. Me encontró sentada en el sofá, estaba releyendo “Persuasión” de Jane Austen, sobre todo la parte en la que la protagonista recibía la carta de su amor.

- Mariam. ¿Qué haces aún levantada?

- Mami, tengo que hablar contigo.

Mi madre atendió enseguida, en vista de que, hasta ahora, jamás había tenido que hablar con ella seriamente. Se lo conté todo, vigilando su rostro, porque la conocía mejor que ella a mí. Torció la boca, señal inequívoca de que estaba preocupada.

- Mamá, sé lo que me hago. ¿Vale? No podía dejarlo allí tirado.

- Lo sé, pero por lo que me cuentas, no sabemos si es la primera vez o si es frecuente este comportamiento. Solo te pido que tengas mucho cuidado.

Naturalmente le había contado que era un compañero de clase, pero no había entrado en detalles acerca de nuestra extraña relación y lo que me atraía hacia él. Fui a mi habitación y mi madre me siguió hasta allí, le echó un vistazo y le tocó la frente.

- Mariam, tiene un poco de fiebre. Ponle el termómetro.

Dicho esto me dejó a solas con Rob, medio minuto después volvió con el termómetro y una toalla húmeda. Hizo mutis por el foro y no volvió a asomarse en un par de horas. Le puse el termómetro y él ni siquiera se dio cuenta de donde estaba. Treinta y nueve o casi, lo cierto es que estaba hirviendo, estaba empezando a preocuparme, ya que no sabía qué hacer. Salvo…

Aquella noche fue la más larga y a la vez, más interesante de toda mi aburrida vida. Cuando más tarde refresqué su rostro y su torso con una toalla húmeda, aprecié que tenía una temperatura cálida. La fiebre había pasado a ser historia.


- Mariam – susurró mamá agitando mi brazo dormido, al igual que el resto de mi ser.

- ¿Qué pasa, mami? – me puse en pié con rapidez y sentí un leve mareo. Había estado echando un sueñecito acurrucada y hecha un ovillo en la butaca del dormitorio.

- Me tengo que ir… Le he puesto el termómetro y ya tiene una temperatura normal, además, está fresquito.

- Ya, mamá. Al final fui a casa de Billy y se llegó a echarle un vistazo – Billy vivía al final del pasillo y era veterinario. Acudió al instante en cuanto se lo dije, aunque acababa de despertarle. El resto de la noche la pasé comprobando a cada poco hasta que la fiebre desapareció.


Le vi girarse en la cama y ponerse bocarriba, abrió los ojos y miró el techo.

- Buenos días, Bello durmiente.

- ¿Qué haces aquí? – gruñó incorporándose.

- Vivo aquí.

- ¿Qué hago en tu casa?

- No quisiste que te llevase a la tuya, así que no tuve elección.

- Hostias, mi padre – bufó, intentó levantarse y se tambaleó dejándose caer de nuevo en la cama. Quise acercarme para ayudarle, pero no me atreví.

- No sé qué estás pensando, pero ya me dejaste claro el otro día que no te interesaba. Solo es… no sé lo que es. Pero no fui capaz de dejarte tirado en la calle – me estaba poniendo nerviosa por momentos. Desde fuera, tenía toda la pinta de una lunática que ha secuestrado a alguien para aprovecharse, al estilo de Misery. Salí de la habitación y fui a prepararle una infusión de manzanilla o algo así que le reconfortara el estomago.

Estando calentando agua en la tetera lo sentí detrás de mí, me sujeté a la encimera cuando le oí hablar cerca de mi oído y casi rozándome con su cuerpo, su aliento en mi cuello desnudo.

- ¿Mi camiseta?

- Ahí en la escalera de emergencia – dije señalando en aquella dirección pero sin volverme hacia él porque estaba paralizada y sentía las mejillas ruborizadas. De todos modos no estaba en condiciones de que me viera la cara.

- Los moretones… - musitó.

- No voy a hacer preguntas, si te refieres a eso – le atajé. Me volví con la taza preparada y la bolsita hundida en el agua hirviendo, justo en el instante en que oí cerrarse la puerta. Dejé la taza en la encimera y me asomé a la ventana de la cocina, entre los visillos. Le vi cruzar la calle a paso ligero y sin mirar atrás. COBARDE. Las lágrimas afloraron enseguida al sentirme tan ridícula por mi comportamiento. ¿Qué había esperado? ¿Gracias o… adiós, al menos?


El resto del domingo transcurrió sin pena ni gloria. Pasé toda la mañana sola en casa, y a medio día me hice un bocata y bajé al parque a almorzar y leer el periódico dominical.

Oí el rugido de un motor, levanté la vista y vi al otro lado del parque a un motorista. Con la maquina aún en marcha, se quitó el casco y descubrí, para mi sorpresa que era Rob. Bajé la vista y traté de concentrarme en lo que leía, el sudoku. No era capaz de colocar ningún número. MALDITO ROB WAYNE. ¿PORQUÉ NO PUEDES DEJARME EN PAZ?

Volví a mirar y allí seguía ¿me miraba? Por alguna razón debía de estar allí, pero la mente de los hombres era un misterio, sobre todo para mí que al único hombre que conocía pensaba como una mujer. Escuché rugir el motor con más fuerza y luego ir atenuándose hasta que desapareció. Eché una ojeada ¡Uff! Se había ido. Alguien me tapó los ojos.

- Patrick, deja los jueguecitos.

- ¿Cómo sabías que era yo? – bufó alegre.

- Porque hueles a canela. Y ya me has fastidiado el maquillaje.

- Mentirosilla, tú nunca te maquillas – me dio un beso en la mejilla y se sentó a mi lado. Sería el hombre perfecto para cualquier mujer si tanto él como ella quisieran una relación sin sexo. Una vez, hará un año o dos, creí que estaba enamorada de Patrick. Siempre tan cariñoso, tan sensible para lo que había que ser sensible, guapo de cara, atractivo de cuerpo, alto… un sueño y también una locura.

Y entonces pensé que le quería, pero no de la forma en que siempre le había querido, sino amor con mayúscula. Pero luego me di cuenta de que era el mismo Patrick de siempre que me mimaba como a una hermana pequeña. Nunca se lo dije, se me caería la cara de vergüenza.

Pero lo que no me dio vergüenza fue contarle lo que había pasado desde que nos despedimos la noche anterior.

- No sé qué decirte, ya sabes que los chicos somos muy complicados.

- No, tú eres complicado, los demás son simples: hormonas, testosterona, sexo, fútbol, culos, tetas y de ahí no salen… en resumen: sexo y fútbol.

- Jajaja, no ofendas a los de mi género, soy gay pero soy hombre.

- Y cambiando de tema… ¿Qué tal tu Mark?

- No es mío, pero me encantaría.

- ¿Hicisteis manitas?

- Qué cachonda y descarada… Nos pusimos al corriente después de tanto tiempo. Él sigue siendo gay…

- ¿Pero se puede dejar de serlo? – me burlé con una sonrisa socarrona.

- Quiero decir que lo tiene claro. – Me sonrió de oreja a oreja – Es fantástico ¿a que sí?

- Me alegro – le respondí acariciando su mejilla, tratando de ser cariñosa, ya que él siempre me decía que era más arisca que un gato.

- Ya ves, Mariam, mi amor. Al final vamos a tener vida social, tú con Rob y yo con Mark.

- Creo que Rob y yo no tenemos vida social ni nada en común. Somos unos perfectos extraños el uno para el otro.


Ahh… al acostarme en mi camita, seguía impregnada con el olor de Rob, aunque hubiese quitado las sabanas sudadas. Por un lado me sentía atraída por él como un imán al hierro, por otro lado me repelía por su forma de ser, como dos imanes enfrentados por los mismos polos. Quizás los demás chicos eran iguales, se comportaban de igual modo de cara a las chicas en general, no ya a las que les gustaba.

Por ello, Patrick y yo habíamos decidido abrirnos a los demás, ser más sociables con los chicos de nuestro entorno ¡BASTA DE OSTRACISMO, ARRIBA LA VARIEDAD! Sé que me quedé dormida con una sonrisa en los labios, porque tuve bonitos sueños y desperté de un humor extraordinario.


HOY VA A SER UN DÍA ESPLÉNDIDO… un trueno retumbó en el exterior y una lluvia torrencial comenzó a caer como manto pesado sobre la ciudad.

ME ENCANTA LA TORMENTA, ME ENCANTA LA LLUVIA… hubo un apagón generalizado en el barrio que lo dejó todo a oscuras.

ADORO LA OSCURIDAD… si, pero vestirse, desayunar y lavarse los dientes a la luz de una linterna era un poco coñazo. Definitivamente los elementos se habían aliado en mi contra, querían acabar con mi bueno humor y parecía que lo conseguirían. Me puse el chubasquero, cogí el paraguas y me fui para la calle… sin ascensor, sin luz en el exterior.

- Hola, Mariam, mi amor – el inconfundible Patrick Jones me esperaba en el portal, sostenía una magnifica linterna – Pensé que me necesitarías.

Era maravilloso estar con él, aunque eso significara prescindir del resto del mundo.

- Qué día más tonto ¿No?

- Hoy los astros se han alineado en mi contra para fastidiarme el día, fíjate qué asco de mañana.

Caminamos muy juntitos debajo del enorme paraguas de Patrick hasta que llegamos al instituto. Parecía fantasmagórico y abandonado, teniendo en cuenta que siempre había más gente fuera que dentro… y ahora estaba tan desierto, y la mañana tan gris…

Le vi llegar y bajarse de un taxi, ¡UN TAXI!, claro que con la moto se habría puesto como una sopa. ¿Y qué me importaba a mí lo que hiciera o dejase de hacer? Durante toda la jornada logré mi objetivo de no mirarlo ni de reojo, pero en más de una ocasión pasó por delante de mí, YO CREO QUE A PROPÓSITO, para lucirse o para dejarse ver. Reprimí una sonrisa la última vez que pasó por mi lado y rozó mi mano con la suya. Un gesto, a todas luces, intencionado.

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