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jueves, 16 de septiembre de 2010

5- (Mariam) EL ACCIDENTE

                Me despertó el molesto sonido del teléfono, miré el despertador y comprobé horrorizada que eran las once de la mañana. Me giré rápidamente y descolgué.
- ¿Dígame? – noté mi voz pastosa, los ojos secos y la garganta como papel de lija.
- ¿Señorita Mariam? – era una mujer la que hablaba, con un leve acento sureño. Pero no debía conocerme puesto que nunca nadie me había llamado jamás en la vida “señorita Mariam”.
- Bueno, solo Mariam – dije ya intrigada del todo. ¿Quién podría llamarme y hablarme como si yo fuese alguien importante?
- Le habla Rosita. Yo soy la… pensé que querría saber que Roberto ha tenido un accidente.
- ¿Roberto? – me quedé un poco abrumada, estaba segura de que aquella llamada no era para mí. Aún así me quedé a medio levantar, con una pierna entre las sabanas y la otra fuera.
- Roberto Wayne. Él me habló de usted. Anoche discutió con su papá y me temo que estaba furioso cuando salió de casa.
                El resto de la información la fui procesando conforme me vestía. Los tejanos negros, las deportivas y la camiseta azul de la tarde anterior. Me peiné rápidamente con una coleta mientras buscaba dinero suelto de mi caja de los secretos para tomar un taxi o lo que llegase antes. Lo primero que llegó fue el bus. Me senté junto a la puerta y me puse a analizar la información recibida. Discusión + Furia + Moto = Accidente. ¿Quién era Rosita? ¿Por qué me llamaba? Decía que era grave pero no peligraba su vida, pero no me había dicho nada más. Al menos podría haberme dicho a qué me enfrentaría al llegar.
                Entré corriendo en el hospital pero me obligué a calmarme para poder aparentar tranquilidad delante de la señora del mostrador de información.
- ¿Puedo ayudarte en algo, niña? – solo le faltaba estar mascando chicle y una lima de uñas para el estereotipo de oficinista de los 70/80.
- Buenos días – dije un tanto aturdida – ¿Me puede decir cuál es la habitación de Robert Wayne?
- ¿Robert Wayne?... mm – tecleó en el ordenador y luego hizo una mueca de contrariedad. – el señor Wayne ha restringido las visitas a su hijo, ya sabe, prensa y todo eso.
                Me quedé extrañada ante sus palabras, no las entendía. Suspiré nerviosa, jadeaba aún por la carrera y estaba segura de que mi rostro estaba rojo por el acaloramiento. Me senté cerca del mostrador y me recliné hacia atrás dejando caer la cabeza sobre la pared.
- Niña. ¿Estás bien? – la mujer había salido de detrás de la mesa y fue a sentarse a mi lado.
- Sí. Perdone, es que he venido corriendo. Dentro de un momento me encontraré mejor.
- Veamos… – me sonrió y volvió a su puesto, miró la pantalla del ordenador y me miró de arriba abajo. – No pareces de la prensa, y el señor Wayne es… un bastardo prepotente.
                Unos minutos más tarde subía corriendo las escaleras en vista de que los ascensores no querían ponerse de mi parte. Finalmente la señora de información me había proporcionado lo que necesitaba, después de dedicarme una sonrisa maternal y yo haberle agradecido con creces su buena voluntad. La había abrazado, algo extraño en mí. De modo que cuando llegué al quinto piso estaba desinflada de aire. Me paré en el último peldaño con un gran dolor en el lado izquierdo del vientre. Apenas podía respirar y sentía la cara tan acalorada que pensé que me iba a dar un patatús.
                Después de unos minutos, me decidí a seguir mis planes, me armé de valor y busqué la habitación.  Conforme me acercaba, más miedo me daba, al fin respiré hondo y llamé a la puerta. Nadie contestó, por mucho que me acerqué y pegué la oreja, no logré escuchar nada. Agarré el pomo y lo giré despacio, el silencio de la habitación solo estaba roto por el “Bip” que emitía una máquina.
                Cuando le vi allí tan indefenso, mi mundo se vino abajo. Me acerqué con cautela a la cama y comprobé que estaba dormido. Llevaba el hombro derecho vendado y la pierna derecha también la tenía firmemente vendada hasta la ingle. En la cara tenía señales de cortes y golpes. Me extrañó tantas heridas en el rostro habiendo llevado casco como era su costumbre. Me sorprendió que no hubiese ningún familiar, de haberme pasado a mí algo parecido, seguro que mamá, o Patrick no se habría separado de mi lado.
                Parecía un niño, le rocé la mejilla con mis dedos, y luego le besé en los labios. Estaba tan dormido que me asusté, deseaba ver sus ojos azul profundo, oír su voz, sus palabras… aunque me quisiera herir con ellas. Estuve allí más de media hora, memorizando su rostro, sus pestañas, su nariz, sus labios, sus cejas… TODO. No quería marcharme. Había también en todo ello un sentimiento maternal que nunca antes había sentido, como si quisiera protegerlo, y me constaba que era un tipo problemático que se metía en peleas continuamente. No había más que ver las marcas de su cuerpo.
- Lady Mariam.
                Me sobresalté y di un brinco. El corazón me latía muy deprisa cuando le vi despierto, me sonrió. No sé si le había visto sonreír antes… tal vez, parecía sincero, no tenía razón para fingir.
- ¿Cómo te encuentras?
                Él se miró lo poco que se veía y sonrió, de nuevo, creo que aún seguía grogui porque si no, no me explicaba a qué venía tan buen humor.
- Ahora mismo estoy de maravilla.
- Ya. – dije poco satisfecha con su respuesta. – Me llamó una tal Rosita y me dijo lo que te había pasado. – Evité su mirada porque me estaba volviendo loca, tenerlo tan cerca me ponía nerviosa.
- Rosita es alguien así como mi empleada y lo más parecido a una madre que he tenido nunca.
- ¿No está tu padre por aquí? – pregunté un poco extrañada, Rob mudó su semblante y al segundo estaba serio y preocupado.
- No le he visto aún, y no quiero verlo.
                No quise preguntar, pensé que no era el momento adecuado para indagar visto su cambio de humor. Sobre todo si se suponía que habían discutido antes del accidente.
- ¿Por qué has venido? – arrastraba las palabras, le observé atentamente y vi que estaba cansado, quizás sería mejor dejarlo descansar.
- Ya te dije, me llamó Rosita.
- Sí, pero ella no te obligó a venir. Me quedó claro que tu no…
- ¿Yo no qué? – me puse a la defensiva y él se rió de mi arrebato.
- Que no querías nada conmigo – remató Rob apagando su voz hacia el final de la frase.
- Rob, deberías descansar. Has salido de una operación doble, creo que te han puesto tornillos como para montar una estantería de Ikea.
                Él volvió a reír y se resintió de sus heridas. Me acerqué temerosa de que le pasase algo. Luego me di cuenta de mi estupidez y volví a mi sitio de antes. Durante unos silenciosos minutos, Rob me miraba fijamente y yo contaba las pelotillas de la colcha, retorciéndolas y arrancándolas una a una. Después le miré y comprobé que por fin le había vencido el sueño. Me sonaban las tripas pero no me apetecía alejarme del chico de mi vida, por miedo a despertar de este sueño. Me senté en un sillón y me aovillé, no sabía qué pintaba allí exactamente, pero el instinto maternal me indicaba que era lo más adecuado en ese caso.

                No me había dado cuenta de que había dormido hasta que desperté. DOS HORAS. Desorientada, confusa y hambrienta, fui obsequiada con un mareo de campeonato al ponerme en pié de un brinco. Cerré los ojos y me sujeté a la cama por miedo a caerme al suelo, pero me recuperé enseguida. QUE MEJOR SITIO PARA CAERSE REDONDA AL SUELO QUE UN HOSPITAL. Rob seguía dormido y tranquilo, entonces me planteé lo de ir a comer algo.
- Lady Mariam. ¿Todavía aquí? – estaba soñoliento y cariñoso. Sonreía sinceramente y para mí era un Rob diferente al que apenas había conocido, al que se había asomado a mi vida.
- Me he sentado un momento y me he quedado frita. No lo entiendo, me he levantado bastante tarde esta mañana.
                Me di cuenta de que no dejaba de mirarme, atento a todas mis palabras y cada uno de mis gestos, media sonrisa dibujada en su rostro. Este Rob no encajaba en mis recuerdos.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – pero me resultaba divertido, él no se molestó porque mi tono era cordial.
- Estás tan… distinta – con su mano libre tomó mi mano derecha, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo desde la mano hasta cada una de mis extremidades y finalmente a mi cerebro.
- El distinto eres tú. Nunca te había visto sonreír tanto, y no sé si es por las drogas o porque te has golpeado la cabeza.
                Mantenía cogida mi mano y me miraba a los ojos con la sonrisa instalada en su cara. Se ve que había situaciones como esta en que las palabras sobraban.
- Bueno – dije mirando su pelo, o su boca o cualquier detalle de su rostro que no fuesen sus ojos. Distraídamente rodeé la unión de nuestras manos con mi mano izquierda, que aún tenía libre. Cuando me di cuenta, no quise soltarle NI POR TODO EL ORO DEL MUNDO. – ¿Cómo pasó todo?
- El accidente – respondió endureciendo su rostro, apretó los dientes y se le marcó más las mandíbulas. Sacó su mano de entre las mías y yo la dejé escurrirse igual que si fuese liquida – mm… – chasqueó la lengua una vez – creo que resbalé en una mancha de aceite y se me tumbó la moto. Caí del lado derecho y la moto me aplastó la pierna. Luego fui deslizándome media calle hasta que me estrellé contra un bordillo que me rompió la clavícula.
- Ajá. – un escalofrío me recorrió todo el cuerpo hasta que me erizó el pelo de la nuca, y solo de imaginar la escena. – Rosita me dijo que habías discutido con tu padre y que estabas furioso cuando saliste de casa.
                Me pareció que no le hacía gracia que yo tuviese esa información. Quizás tenía que haberme callado esa parte.
- Lo siento, no era mi intención entrometerme en tu vida – creí ver demasiada tristeza en sus ojos y decidí ser valiente. – Pero debo decirte que no me importa que seas la clase de tío que se mete en peleas, si tienes problemas puedes contar conmigo.
                Entonces me miró muy serio, ya no era el Rob grogui y cariñoso, sino el tipo duro que me espetó en el instituto.
- No necesito ayuda – respondió orgulloso, me miró con los ojos entornados – de modo que piensas que soy un tipo peligroso.
- Bueno, yo… vi las marcas de tu cuerpo, el resto es pura especulación. – Aquello no era buena idea, yo no tenía porqué opinar acerca de ese asunto. La conversación se estaba convirtiendo en un asunto espinoso, decidí zanjar el tema. – Creo que… es hora de irme. Lamento haberte alterado, no era el propósito que tenía al venir aquí.
                Me colgué el bolso a bandolera y rodeé la cama para llegar a la puerta.
- Mariam, no te vayas.
                No quise mirarle para que no viera las lágrimas que estaba a punto de derramar, pero me detuve y me di la vuelta. Caminé hasta la ventana, que estaba situada justo sobre la fachada de la puerta principal del hospital. Dejé vagar mi mirada por la transitada calle, mientras reprimía las lágrimas. En ese instante llegaba un gran y lujoso coche plateado. Desde esa altura, aún seguía pareciendo enorme. Ya más centrada me enfrenté a Rob.
- Mira, perdona. Seamos amigos ¿vale? – y le tendí mi mano izquierda por si quería hacer las paces. Él lo hizo y yo me sentí mejor, sobre todo al ver de nuevo su sonrisa de boca torcida. – y ahora discúlpame porque mis tripas me reclaman algo de comer, creo que me está dando un bajón de azúcar.
- No tardes – me apremió con un guiño.
- Cuenta con ello – prometí mientras liberaba mi mano que aún permanecía cautiva en la suya.
                Abandoné la habitación flotando en una nube; como en un anuncio de compresas, solo veía caras felices a mi paso. Al salir del ascensor en el vestíbulo, un aluvión de gente en pos de cámaras y micros, acosaban a un tipo trajeado y con cara de pocos amigos, que estaba a punto de subir al ascensor que yo abandonaba. Dos tipos de traje oscuro y cara de póquer espantaron a los de la prensa como si fuesen moscas.
                Debía prestar más atención a la actualidad para saber de quién se trataba, pero no me interesaba en absoluto. Pensaba que le gustaba a Rob, y eso era para mí lo mejor, lo primero, lo único.
                Extraje un sándwich de atún y lechuga de la máquina expendedora y una lata de té frio. Me acerqué a un teléfono público y llamé a mamá al trabajo para decirle dónde estaba y que no sabía cuando estaría de vuelta.
                Miré la hora, ya habían transcurrido cuarenta y cinco minutos en los que me había zampado dos sándwiches, una barrita energética, dos bebidas de té y un paquete de patatas hasta calmar mi apetito. A LA MIERDA LOS AHORROS DE UNA SEMANA ALMORZANDO DE TUPPER EN EL INSTITUTO.
                Los periodistas se habían replegado a un lado del vestíbulo a la espera de que don importante hiciese acto de presencia por allí. Subí al ascensor y deseé saber silbar para entonar alguna melodía. Rápidamente llegué a mi destino aunque las puertas aún se demoraron unos segundos en abrirse, casi tanto como la duración del viaje. Avancé por el pasillo y vi venir hacia mí a don celebridad que iba precedido por los dos matones. Al cruzarse conmigo me miró con aversión, como si yo fuese una cucaracha, y me dejó tan descolocada que choqué con uno de los gorilas, como quien se da de bruces con un muro. Reboté y salí disparada hacia atrás.
- Vale, vale, no te disculpes.
                Ni se inmutó, volví a seguir mi camino a la vez que me frotaba el hombro derecho que creí dislocado. Compuse mi mejor sonrisa para Rob, olvidando el desagradable y doloroso percance. Lo encontré sombrío y preocupado, y su expresión no cambió cuando nuestros ojos se encontraron. A mí se me escurrió la sonrisa del rostro.
- ¿Malas noticias? – pregunté aún desde la puerta. Me sujeté a la mochila como si esta pudiese evitar que cayera. Rob volvió la mirada a la ventana, como si me rehuyera. Me acerqué a él por el lado contrario a donde miraba. Sus ojos estaban rojos, como si hubiese estado llorando, y pasó más de un minuto en el que no me atreví a hablar.
- Mariam. Será mejor que te vayas.
- ¿Eh? – logré decir perpleja como estaba. A lo mejor me había perdido algo en el minuto que estuvimos en silencio. – ¿De qué estás hablando?
                Volvió sus ojos hacia mí, su mirada era dura, y tenía la mandíbula apretada. Me sentí fuera de lugar, sabía que aquello no iba a terminar bien.
- Quiero que te vayas.
                Sentí que palidecía y las manos frías como el hielo, pero el corazón me latía tan deprisa que no me explicaba cómo no bombeaba sangre suficiente para devolverme el color y el calor. Un nudo en mi garganta me impedía respirar con facilidad, de modo que tuve que jadear ligeramente para salir del apuro. Me di la vuelta con la vista clavada en las baldosas del suelo y me arrastré hacia la puerta. Apenas puse la mano en el pomo, me invadió una rabia impropia de mí, la determinación se instaló en mi interior y me volví hacia Rob como si me empujara una mano invisible.
- Ya puedes sentirte orgulloso porque me has humillado de todas las formas posibles. No me explico cómo soy tan estúpida. – retuve en mi mente su cara, estaba atónito, la boca entreabierta – Espero que mejores pronto.
                No quise quedarme a recibir más, me di la vuelta y salí dejando la puerta abierta. Oí gritar mi nombre pero no fui capaz de parar de correr, bajé los numerosos peldaños en una exhalación. En mi cabeza retumbaba su voz gritando mi nombre cuando ya salía de su campo de visión. Al llegar al vestíbulo estaba exhausta pero no quise parar. Corrí y corrí, más de lo que había hecho en mi vida, hasta que llegué a casa de Patrick. Abrió la puerta y me abracé a él llorando desconsolada mientras me abrazaba con mucho amor.
                Algunos minutos después logré calmarme y me separé de él, entonces reparé en que aún estábamos en el recibidor de su casa y que Mark estaba unos pasos detrás, con los brazos cruzados, observando la escena. Me sentí ridícula, me separé aún más, mientras me limpiaba las lágrimas con el bajo de la camiseta.
- Lo siento, estás acompañado. – me volví para marcharme pero Patrick me cogió de la mano y tiró de mí hasta el salón de su casa. Me sentó en el sofá y se sentó a mi lado, al otro lado se sentó Mark.
- Mark es un buen tipo y también ha pasado por momentos difíciles. Puedes confiar en él
                Mark cogió mi mano y la besó con ternura.
- Yo… sé que Patrick y tú tenéis una relación especial y de veras que no quiero interferir en ella. Solo es que aún estamos en fase de reconocimiento, es posible que le acapare pero puedes seguir contado con él como siempre.
                Suspiré con los ojos cerrados y me hundí en el sofá, entre aquellos dos angelitos guardianes que me acababan de adoptar. Patrick me miró expectante y tuve que contarle lo que había ido a… contarle. Después de ponerles al corriente de todo, lo que me llevó un buen rato, y no menos dosis de vergüenza, por la presencia de Mark, me volví a dejar caer en el mullido sofá por si podía desaparecer en su acolchado respaldar.
- Qué cabrón – sentenció Mark muy acertadamente.
- ¿Y qué vas a hacer?
- ¿Qué voy a hacer? No lo sé, me siento tan tonta… Ya sabes que me gusta pero está claro que yo a él no. – Era ya tarde, de modo que lo mejor que podía hacer era volver a casa. – Bien, ya no quiero aburriros más con mis tonterías. Me voy a casa.
- ¿Ya? Mariam no tienes por qué irte.

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