Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

viernes, 17 de septiembre de 2010

6- (Robert) Cómo conocí a Mariam

                Di vueltas en la cama hasta que sonó el despertador, para mí era un lunes negro. Me horrorizaba la idea de un instituto nuevo, pero mi padre lo había elegido expresamente para mí, decía que me fortalecería y también ahorraría una pasta, después de tantos internados.
                Apagué el despertador de un manotazo y tuve que ser rápido en atraparlo al vuelo para que no se estrellase contra el suelo. Ya llevaba ¿cuántos? No sé cuantos trastos de estos rotos. Al llegar a la cocina me miré en el espejo de detrás de una puerta. Siempre visto de negro o al menos de oscuro, y aquel día estaba satisfecho con mi aspecto.
                El jabón de que Rosita había fabricado para mí olía que embriagaba, lo usaba porque ella me lo había regalado. El desayuno estaba sobre la mesa pero no tenía apetito, además me había lavado ya los dientes y me daba pereza hacerlo de nuevo.
- Roberto, ¿no comes?
- Guárdamelo para esta noche, ya sabes que me lo comeré.
- Tu padre no quiere que cojas el coche para ir a clase.
- Lo sé, Rosita. No pensaba hacerlo. – La besé en su huesuda mejilla y salí de allí. Rosita llevaba con nosotros muchos años, y para mí era el miembro más importante de mi familia, era mi padre, mi madre y mi abuela.

                Aparqué la moto delante del edificio y le eché un rápido vistazo, estaba seguro de que no iba a ser el lugar definitivo, no podría encajar allí ni a golpes. Tampoco me importaba demasiado, no tendría siquiera ni que componérmelas para atraer la atención; me parecía haber visto a un conocido de un conocido que se encargaría de difundir mi historial por todo el instituto.
                Me presenté ante el director, que me recibió enseguida en su despacho.
- Robert Wayne… – dijo leyendo algo en mi expediente, con las gafas de lectura en la punta de la nariz. – Mm, aquí no nos importa quién sea tu padre, ni qué hayas hecho antes de entrar aquí. En Saint Francis pensamos que lo importante es ofrecer una educación de calidad, y valoramos a nuestros alumnos en función de todo lo que hacen de muros para adentro.
                Hizo una pausa y esperé ansioso por ver cómo terminaba el discurso. Aún faltaba la advertencia, todos los discursos llegaban a ser idénticos llegados a este punto.
- Eres bienvenido, no olvides… – se detuvo y yo me dije YA ESTÁ, AHORA VIENE. – No olvides pasar por secretaría a recoger toda la documentación.
- Gracias, señor.
                Salí del despacho, alucinado, era un cambio importante después de todo. Sonreí, tal vez podría darle una oportunidad a este sitio. La primera de todas las asignaturas era Lengua. Llegué al aula enseguida y me asomé por el ventanuco de la puerta… parecían corderitos, de lo sosegados que estaban.
                Fui al profesor y le di el pase para que me lo firmara. Volví a echar un vistazo, se veía que era gente corriente, algún que otro guaperas y alguna tigresa con su séquito. Me senté en un sitio libre y examiné otra vez a la gente, las chicas me miraban con apetito, y algunos chicos con resentimiento. Pero había una que me miraba con curiosidad como si quisiera memorizar mi cara. Llevaba el pelo a la altura de los hombros, de un color castaño vulgar, no parecía teñida, ALGO BASTANTE ANOMALO EN ESTOS TIEMPOS QUE CORREN. Tampoco iba maquillada y en comparación con las otras, tenía pinta de pardilla, la mojigata.
- Qué miras – le espeté con desagrado, la muy tonta se había quedado embobada. Dios me aguardara de atraer a los bichos raros o a los imbéciles. Ella volvió la cara bruscamente y yo sonreí, en toda la hora no volvió a despegar la nariz del libro.

                Una vez pasada la prueba de la primera clase, el resto de la jornada fue una repetición de las mismas caras, y solo cambiaron los profes. Me sorprendió que para ser un instituto público, fuesen más avanzados en materias que los centros privados de donde procedía. La chica rara no me miró más, desde luego, cuando me lo propongo puedo ser bastante desagradable.
                Al llegar a la clase de matemáticas avanzadas, encontré solo algunas caras conocidas, entre ellas, la rarita. Sin su novio. La profesora aún no había aparecido, pero al entrar yo, todo el mundo se quedó en silencio. Sin duda el bocazas de turno ya había hecho su trabajo. Ahora unos me temerían y otros se me pegarían como lapas, por mi fama de rebelde.
                Allí plantado tuve que elegir entre sentarme en la primera fila… o junto a la rarita, que olería a rancio. Ya de por sí, su ropa aparentaba, no “vintage” sino de tercera mano. Llegó la profesora, una monjita, la hermana Angela. Esto era una novedad para mí, pero ningún inconveniente. Ya cuando empezamos a tomar notas, mi codo y el de la rarita empezó a chocar entorpeciendo mi pulcra caligrafía, soy zurdo. Estaba a punto de decirle algo, cuando la sorprendí de nuevo embobada mirando mis tatuajes.
 - Señorita Clark, a la pizarra.
                La rarita dio un saltito como si le hubieran dado un calambrazo y caminó hasta la pizarra. Parecía que la iban a fusilar. De verdad que creí que rompería a llorar cuando miró la pizarra y descubrió la ecuación. Me tapé la boca para que la monja no me viese reír y es que no podía reprimirme, era superior a mis fuerzas.
                Comprobé que la tigresa y su séquito también se reían de la rarita, y sentí una punzada de rabia. No tenían derecho a reírse de una compañera, aunque yo estuviese haciendo lo mismo, pero por motivos distintos. Porque al volverse de cara a la pizarra, yo sabía que la iba a cagar, ya que no había prestado atención a la explicación. Y la profe no tenía aspecto de ser condescendiente. Allí pegadita empezó a escribir con la nariz pegada al encerado. Se giró y para mi sorpresa vi dos cosas: la primera, había resuelto correctamente la operación, y la segunda, contra todo pronóstico, no tenía la nariz manchada de tiza. Volvió para sentarse en su sitio, junto a mí.
- Casi la cagas – le azucé con sorna. Tan silenciosa tomó asiento a mi izquierda que no la oí ni respirar, ni siquiera el rasgueo del lápiz sobre el papel. Sonó el timbre y decidí salir de allí antes de que ella tuviese tiempo de mirarme o dirigirme la palabra. En la puerta la estaba esperando el larguirucho de su novio.

1 comentario:

  1. esta xulo,lo aces muy bien,mandamelo entero k yo lo distribuyo y soy tu fan nº 1

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