Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

jueves, 16 de septiembre de 2010

4- (Mariam) EL BESO

                A lo largo de la semana, el tiempo fue mejorando pero mi humor fue a peor. Me sentía un poco celosa de Mark, pasaba a recoger a Patrick cuando terminaban las clases, y aunque volvíamos los tres juntos, estaba claro QUIEN sobraba en la ecuación. Sospechaba que pronto se terminarían las sesiones de cine en casa, los cotilleos y todo lo que nos había unido durante tantos años.
                El viernes a última hora, cuando me levanté de la silla para irme, Rob me tomó del brazo.
- Mariam – me dijo de improviso.
                Me giré despacio de cara a él, que parecía más alto de lo que recordaba. Aún así, le miré a los ojos azul profundo y traté de no perderme en ellos. CÉNTRATE MARIAM.
- ¿Si?
- Esto… perdona.
- ¿Que te perdone? – le respondí con brusquedad – No recuerdo nada por lo que deba perdonarte.
                Cogí la mochila y me encaminé hacia la puerta del aula.
- Mariam.
- ¿Sí?
- Yo… – parecía confuso, como si no supiese qué decir o si tenía que decir algo, me miraba muy serio. – Mariam, yo…
- Está claro que ahora sabes mi nombre, ya no soy María, como el otro día. ¿Has terminado? – dejé que el sarcasmo fluyera lento.
- Mariam, escúchame – repuso volviendo a sujetarme por el brazo.
- Te escucho pero no dices nada concreto. Me limito a hacer lo que dijiste el otro día al salir de gimnasia: “que te deje en paz porque… porque no te intereso ni te interesa hacer amigos” – le escupí las palabras a la cara, e imaginé que le podrían doler, ya me estaba doliendo a mí decirlas.
                Me sujetó con la mano libre la barbilla y me dio un beso en los labios, fueron cinco segundos, dulces, salvajes e intensos. Pero las cosas no funcionaban así en mi mundo. El corazón, aun así, latía tan deprisa que pensé que me daría un vahído. Me separé de su lado, que no me rozara, dejando al menos medio metro entre los dos.
- Vale, ya me has dado las gracias por haberte recogido el otro día en la calle, no hacía falta el beso – le dije señalándome los labios, e intentando mantenerme en pie sobre mis rodillas debilitadas por la emoción. – Ya no me debes nada.
                Eché a caminar con determinación, aunque procurando no tambalearme y caerme al suelo.
- Eres muy difícil, tía.
                Me volví y me senté sobre una de las mesas. VALE, UN PUNTO DE APOYO PARA RECUPERAR FUERZAS. Abracé la mochila a modo de coraza y le miré fijamente a la cara, sin pararme a verle los ojos, o perdería la concentración.
- En primer lugar… no soy tu tía. – no era un chiste pero el sonrió. MALDITO ROBERT WAYNE, TENÍA UNA SONRISA MARAVILLOSA. – Escucha, creí que habíamos conectado, pero vale, me equivoqué. No es la primera vez que cometo este tipo de error y créeme que no será la última. Quiero decirte que te ayudé porque lo necesitabas, y no me arrepiento. Pero te fuiste sin decir ni adiós. Creí que no querías saber nada de mí y ahora vas y me besas. Y dices que yo soy la difícil… chico – dije tocándome la frente – el cerebro no me da para más, y menos en viernes.
                Me levanté rápidamente e hice mutis por el foro de la manera más discreta posible. Entré en el aseo de chicas y me encerré en uno de compartimentos. Era la primera vez que me besaban y lo hacía el chico del que creía que estaba enamorada, no me había dado tiempo a saborearlo. QUÉ TONTA. Debería haberle agarrado del pelo y haberle devuelto el beso más fantástico que recibiría jamás.
                Cinco minutos después salí de los aseos, no había rastro de Rob por ningún lado… por desgracia, ya estaba a salvo de él y de sus turbadores besos. De camino a casa, con Mark y Patrick, no quise relatar nada, aunque éste último ya me había preguntado al ver mi cara pálida.
                Mark se interponía entre nosotros y parecía que las cosas serían así en adelante. Por un lado me parecía genial, porque Mark era un buen chico; por otro lado me sentía triste porque ya no seríamos un equipo. Por fuerza, Patrick ya no pasaría tanto tiempo conmigo.

                Nunca he hablado de papá ni con él. Mami siempre habla de él como si estuviese muerto o abducido por marcianos. Nunca le había visto, y todo lo que mamá decía, me había llevado a pensar que no lo quería conocer. Pero sabía cómo se llamaba y dónde podía encontrarlo.
                Jack Slaugther, cuando dejó embarazada a mamá, servía en el ejército, apenas tendría veinte años. Pero poco después tuvo un gran problema con la ley y desde entonces estaba en una prisión militar.
                Hacía algunos meses, mamá me pasó una carta de Jack para mí. Ella decía que era la primera, yo la creí. Estuvo guardada en la letra Ñ de mi diccionario de español-inglés durante unas semanas, hasta que me decidí a desentrañar sus misterios. Sin duda, yo había heredado la caligrafía de Jack, mamá siempre hacía lo que yo llamaba “cagaditas de mosca”. Jack decía que quería conocerme, que fuese a verle algún día. Me decía que llevaba muchos años buscando la manera de empezar.
                Esa noche, con la carta de Jack bajo la almohada, decidí concederle una oportunidad. Ahora que mi vida estaba cambiando en varios sentidos, necesitaba conocer a mi padre.
                Oí unos golpes en el marco de la puerta y vi a mi madre asomarse con su dulce sonrisa.
- ¿Tan temprano en la cama?
- Ya he hecho los deberes, y tienes la cena en el horno.
                Ella sonrió y vino a sentarse en la cama a mi lado, me besó en la frente.
- ¿Cómo está el chico?
- Oh… bien, creo. Es muy distinto de Patrick, ya sabes, es un chico, chico.
                Mamá se rió conmigo, ella ya imaginó que Patrick era gay mucho antes de que él se redescubriera. Me volvió a besar y se marchó, yo me escurrí dentro de la cama y apagué la luz. Tal vez debería conceder una oportunidad para explicarse a Rob Wayne.

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