Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 12 de marzo de 2011

10 - (Robert) ALGO BUENO... Y ALGO MALO.

                Fue la noche más extraña de mi vida. Mariam aparecía en mis sueños ataviada con un vestido de seda de color lila, andaba descalza por un bosque, con algunas flores prendidas entre el cabello. Venía hacia mí caminando como si flotara y me abrazaba. Al despertar estaba relajado y descansado. En la calle llovía a mares, hubo un apagón pero enseguida saltó el generador de emergencia.
                Por ningún motivo quería que me viesen llegar en el coche con chófer que papá había dejado a mi disposición, así que Rosita llamó a un taxi que me recogió en la puerta de casa y me dejó en la puerta del instituto. Me apresuré para no ponerme como una sopa, y entré en clase. Me esforcé para no pensar en ella, pero sin quererlo me vi buscándola por todas partes. Cuando por fin la encontré, no me miraba, como si yo no existiese, empecé a sentirme un poco fantasma. Pero lo que tanto había perseguido (que me ignorase) lo conseguía ahora que quería lo contrario.
                Intenté hacerme el encontradizo, pero no hubo suerte. Me puse detrás de ella al entregar el trabajo de Lengua, pero tampoco me miró. Yo buscaba una señal, algún detalle que me diera luz verde. Pero no veía nada que me autorizase la aproximación. Además, su amigo Patrick no se retiraba de su lado.
                Durante toda la semana estuve tanteando el terreno, en una ocasión le rocé intencionadamente la mano. ¿Qué esperaba? Simplemente que ella diera el primer paso, me dijera una palabra, la que fuese.

                El viernes decidí que tal vez no sería capaz de abordarla nunca y menos al salir del instituto, pues ahora eran tres y yo me estaba volviendo un grandísimo COBARDE. A última hora vi con impotencia que se levantaba para irse y sin pretenderlo me coloqué detrás de ella y la tomé del brazo. El impulso me había dejado sin habla.
                - Mariam.
                Ella se volvió de frente a mí, no era tan frágil como aparentaba. Me miró fijamente a los ojos y yo me perdí en los suyos.
                - ¿Sí?
                - Esto… perdona – balbuceé, pero mi voz sonó firme.
                - ¿Qué te perdone? – Fue brusca, me lo merecía – No recuerdo nada por lo que deba perdonarte.
                Se me escapó entre los dedos y se dispuso a salir de allí.
                - Mariam – insistí.
                - ¿Sí? – se detuvo pero no me miró.
                - Yo… – pero no me salían las palabras. – Mariam, yo…
                Se volvió y me miró muy seria.
                - Está claro que ahora sables mi nombre, ya no soy María, como el otro día. ¿Has terminado? – era cruel, sus palabras me dolían, pero me lo merecía, la había tratado peor.
                - Mariam, escúchame.
                La sujeté de nuevo por el brazo para que no se me escapara antes de que pudiera terminar.
                - Te escucho pero no dices nada concreto. Me limito a hacer lo que dijiste el otro día al salir de gimnasia: “que te deje en paz porque… porque no te intereso ni te interesa hacer amigos”.
                Era increíble cómo podía recordad con todo lujo de detalles, me estaba volviendo loco y el corazón se me iba a salir del pecho. Le tomé la barbilla y la besé en los labios, carnosos, suaves, los cuales me devolvieron el beso durante un segundo, luego se apartó de mí. Igual que si yo fuese contagioso.
                - Vale, ya me has dado las gracias por haberte recogido el otro día en la calle, no hacía falta el beso. Ya no me debes nada.
                Me hizo gracia pero no me reí, aquello tenía que funcionar. Huía, debía quemar mis últimos cartuchos.
                - Eres muy difícil, tía – quizás no fue la frase más acertada pero se volvió y se sentó. Me miró fijamente y por un momento pareció que se protegía contra mí.
                - En primer lugar… no soy tu tía – sonreí por la ocurrencia. – Escucha, creí que habíamos conectado, pero vale, me equivoqué. – NO TE EQUIVOCASTE, quise decirle. – No es la primera vez que cometo este tipo de errores y créeme que no será la última. Quiero decirte que te ayudé porque lo necesitabas, y no me arrepiento. Pero te fuiste sin decir ni adiós. – DE LO CUAL ME ARREPIENTO ENORMEMENTE. – Creí que no querías saber nada de mí y ahora vas y me besas. Y dices que yo soy la difícil… chico, el cerebro no me da para más, y menos en viernes.
                Una vez terminó de hablar, se levantó como si la mesa le hubiese dado un calambrazo y se esfumó. Lo cierto es que no supe qué pensar. Oh, Dios, cómo me gustaba y ese rabanete suyo me hacía cosquillas en el estómago. Arrastré la mochila detrás de mí, mientras salí en su busca. ¿Por qué era tan difícil? ¿Porqué no podía aceptar mis disculpas?... quizás porque no había sido capaz de hablar con claridad.
                Deambulé por el pasillo buscándola, pero al fin me di por vencido. Sin duda este no sería el día en que Mariam Clark haría las paces conmigo.
                Llegué junto a mi moto y eché un último vistazo al instituto, había conseguido su número de teléfono en secretaría y me constaba que se acostaba tarde, así que una llamadita con una disculpa, al teléfono quizás reuniera el valor suficiente. Puede que mañana pudiésemos almorzar juntos.

                Cuando dejé la moto en el aparcamiento, tuve un extraño presentimiento. Igual que cuando mamá murió en ese accidente. Algunas horas antes de que sucediera, supe que mi vida iba a cambiar para siempre. Ahora no era una cosa tan grave, pero intuía que algo iba a pasar. Lo que temía, o lo que en aquel momento pensé que temía, no tardó en llegar.
                Estando en el vestíbulo de casa, me llegó la voz del gran Jason Wayne dando órdenes en voz alta a sus lacayos al otro lado de la línea telefónica. Me apresuré a subir la gran escalera rápido para que no me oyese, pero el gran J.W. tenía el oído muy fino, o un sensor en el culo conectado con la entrada de casa.
                - ¡Robert! – me llamó desde su santuario, cuando JW llamaba, había que acudir con presteza, era algo así como el dragón dormido al que no se debía despertar.
                Me apresuré para entrar en el despacho, me sentía de un humor bastante positivo como para buscarme un problema. Porque esa noche pensaba llamar a Mariam, y sabía que ella me escucharía esta vez. Además, iba estupendamente en el instituto, llevaba bastantes días sin ver a los chicos y no creía que hubiera motivo de queja.
                Pero el gran JW siempre debía dar su golpe de gracia en todos los sentidos posibles.
                - Sí, papá.
                - ¿Papá? Ya no tienes seis años para seguir llamándome así. ¿Qué imagen vas a dar en mis empresas si te comportas como un crío?
                Iba a replicar pero me callé, mejor mantener el pico cerrado. Jason Wayne había decidido que hoy era día de cobro, y eso no se lo quitaría nadie de la cabeza.
                - ¿Acaso no me has oído? ¿O me ignoras como si fuese un desequilibrado?
                Un desequilibrado hijo de puta, más bien. ¿Y qué quería? Era imposible de complacer. Aún así me arriesgué.
                - Lo siento, Señor. No volverá a suceder.
                - Que lo sientes. El hijo de Jason Wayne, el heredero del Imperio Wayne no puede ir por ahí lamentando sus palabras. ¿¡Eres un necio!?
                Pero exploté, no sé ni porqué, pero en ese momento me cegué, y en lugar de cargar contra él y tumbarle de un buen derechazo, le dije lo que pensaba.
                - ¿¡Y qué quieres de mí!?
                - ¡Respeto! - ¡¡¡BUMMM!!! Caí sobre el escritorio y me golpeé la frente contra el pulido mueble de exquisita madera finamente labrada. – Respeto para empezar, y después, que te hagas responsable de tus palabras.
                Me tenía la cabeza sujeta contra la mesa, y aunque podía soltarme con un leve forcejeo, estaba asustado y esperé a me liberara. Lo que tardó algunos minutos en llegar.
                Sé que sangraba porque noté el característico olor de la sangre, aunque no era algo que me molestase o asustase, estaba bastante acostumbrado. Finalmente me quitó la mano de encima y me incorporé despacio, experimenté un cierto mareo, que fue apenas imperceptible, pero veía desenfocado a aquel animal. Entonces hice lo peor que podía hacer ya para terminar de empeorar las cosas, me reí al verle distorsionado.
                Y juro que aún así vi venir el revés de la mano con el anillo sin voltear, pero no me dio tiempo a esquivarlo. Trastabillé una milésima de segundo y fui a parar a la moqueta que ya presentaba algunas gotas de sangre muy, muy fresca. Me incorporé con gran dificultad hasta quedar con una rodilla en el suelo, solo quedaba la falsa disculpa de él, en la que me decía que todo lo hacía “por mi bien”.
                - Hijo, debes ser más respetuoso… sabes que esto me duele a mí más que a…
                - Eres un cabrón hijo de puta – le atajé para que no pudiera terminar su jodida frase de siempre. Vi como se abalanzaba hacia donde yo estaba pero de un brinco me levanté y Salí de allí lo más rápido que fui capaz. En el camino me topé con Rosita, que al verme soltó unas cuantas palabras en su idioma referidas a una Virgen Santa María no sé qué.
                Corrí hasta el garaje y me subí a la moto. Me calé el casco con dificultad y giré la llave en el contacto. Tan solo quería salir de allí, y aunque tuviese que contarle toda la verdad, a la única persona que deseaba ver era a Mariam.
                No estaba ni remotamente cerca de su casa, y de pronto supe que el problema más grave estaba por llegar. Hasta ese momento no tenía una visión clara de mi entorno, pero entonces el asfalto comenzó a ladearse bajo las ruedas, y ya no pude enderezar la moto.
                El golpe de la misma sobre mi pierna derecha no lo sentí tan doloroso, ni tan siquiera el trayecto que nos deslizamos hombre-máquina como uno solo. El choque del hombro y brazo contra el asfalto tampoco me quitó el aliento aun en la conmoción del momento. Pero el impacto de mi hombro contra un bordillo, después de deslizarme casi media calle, fue brutal. Hasta oí el chasquido de la clavícula al fracturarse.
                En cuestión de minutos, me vi rodeado por un puñado de transeúntes que comenzaron a darme ánimos y decirme que no me preocupase, que la ambulancia estaba por llegar.
                Tenía un dolor tan intenso, tan espantoso, que era incapaz de articular palabra. Pero cuando escuché la sirena de la ambulancia, fue como un bálsamo para mí, dejé de sentir dolor, dejé de ver las caras de la gente a mi alrededor, y de sentir el frío en mi cara. Solo Mariam.
                Oí hablar a mi alrededor, me sentí tan relajado y desinhibido que respondí de forma automática a algunas preguntas que me hicieron, sin saber quién las hacía o qué decía. Sin embargo, de nuevo me sumergí en la bendita inconsciencia, con el rostro de Mariam ante mis ojos en todo momento.

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