Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 12 de marzo de 2011

11 - (Robert) MI ANGEL DE LA GUARDA

                Noté un roce en la mejilla y luego en los labios, pero estaba demasiado cansado para despertar. Debió pasar un buen rato hasta que me decidí a abrir los ojos para ver de dónde provenía el embriagador olor a lavanda que me llamaba desde el mundo consciente. Y ella estaba allí, esperaba que no fuese solo un sueño. Su pelo castaño recogido en una coleta baja, como casi siempre, dejaba a la vista la forma de su mandíbula, que a mí me estaba trastornando.
                - Lady Mariam…
                Sonreí al verla sobresaltarse, me pareció que estaba encantadora con aquella carita de sorpresa.
                - ¿Cómo te encuentras?
                Me miré y me reí de mi mismo al verme en semejante estado, aún no me había parado a pensar en la situación, tan embobado que estaba con Mariam. Tenía que encajar algunas piezas, sabía que estaba en un hospital, pero ver a Mariam me despistó de un vano intento de descubrir qué hacía allí.
                - Ahora mismo estoy de maravilla – me sentía estupendamente, no me dolía nada y casi no sentía nada, tan solo fascinación por esa chica.
                - Ya. – me dijo no muy convencida. – Me llamó una tal Rosita y me dijo lo que te había pasado.
                Apartó la mirada ruborizada porque yo no dejaba de mirarla. Rosita la había llamado, Rosita… ¿y quién era Rosita? Mi madre.
                - Rosita es… alguien así como mi empleada – dije sintiéndome un capullo prepotente - … y lo más parecido a una madre que he tenido nunca.
                Quería ver a Rosita, estaría muy preocupada por mí.
                - ¿No está tu padre por aquí?
                De repente me acordé de la cadena de acontecimientos que me había llevado hasta la cama de un hospital. ¿Por qué preguntaba Mariam por mi padre?
                - No lo he visto aún, y no quiero verlo.
                 Poco a poco iba recuperando la normalidad, el atontamiento inicial se iba disipando. También me dolía un poco el hombro y la pierna. En realidad, todo el cuerpo, pero no pasaba de ser una mera molestia, de momento. Todo esto me lo había buscado yo, debí aguantar los golpes como siempre, pero aquella última vez le habría arrancado la cabeza, porque ya no podía soportar más tiempo en esa casa.
                - ¿Por qué has venido? – le pregunté con curiosidad, aunque notaba que el cansancio se iba apoderando de mí. En vista de nuestra extraña conversación del día anterior, estaba claro que no éramos compatibles.
                - Ya te dije, me llamó Rosita.
                - Si… pero ella no te obligó a venir. Me quedó claro que tu no…
                Antes de terminar, ella me atajó y yo me reí.
                - ¿Yo no qué?
                - Que no querías nada conmigo.
                Las fuerzas me fallaban, la voz también, pero no me quería ir tan pronto. No quería dejarla todavía.
                - Rob, deberías descansar. Has salido de una operación doble. Creo que te han puesto tornillos como para montar una estantería de Ikea.
                La conciencia y la inconsciencia se mezclaban en mi cabeza como en un videoclip, y me hizo gracia lo de la estantería. Al reír me dolieron las costillas y eso me hizo regresar de nuevo al mundo consciente. Decidí mirarla y memorizar cada centímetro de su rostro por si jamás volvía a despertar. Allá donde fuese, que me acompañara su recuerdo. La oscuridad se cernió sobre mí y dejé de ver lo más preciado.

                Sin embargo volví a despertar. Ya sabía que la presencia de Mariam me tenía anclado en el mundo consciente.
                - Lady Mariam. ¿Todavía aquí?
                - Me he sentado un momento y me he quedado frita. No lo entiendo, me he levantado bastante tarde esta mañana.
                Quien no lo entendía era yo, debía ser producto de las drogas, que todo lo que hacía o decía me parecía fascinante. No puede ser que fuese tan fantástica y que yo no lo hubiese notado antes. Quizás es que no le había dado la oportunidad, y lo poco que conocía de ella, era lo que yo había querido conocer.
                - ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
                - Estás tan… distinta.
                Intenté tomarle la mano y me costó trabajo moverla de su sitio. Había sido una reacción instintiva, pero me quedó un gesto torpe. Aún así ella no me dijo nada pero la vi ruborizarse.
                - El distinto eres tú. Nunca te había visto sonreír tanto, y no sé si es por las drogas o porque te has golpeado la cabeza.
                Sí que me sentía distinto. Flotaba en una nube de la que no quería bajar. Ojalá fuese siempre todo tan sencillo.
                - Bueno – dijo para terminar o cambiar de tema, o no sé. Porque el calor que desprendían sus manos me estaba poniendo nervioso. - ¿Cómo pasó todo?
                - El accidente – traté de visualizar la escena. El recuerdo de mi clavícula al romperse me estremeció. Así que le conté cómo había sucedido todo.
                - Ajá. Rosita me dijo que habías discutido con tu padre y que estabas furioso cuando saliste de casa.
                ¿Rosita? ¿Por qué le había contado tantas cosas? No tenía derecho.
                - Lo siento, no era mi intención entrometerme en tu vida. Pero debo decirte que no me importa que seas la clase de tío que se mete en peleas, si tienes problemas puedes contar conmigo.
                Por lo visto, Rosita no se lo había contado todo. Ella creía que mis golpes eran producto de mi carácter problemático, se pensaba que iba buscando bronca por ahí. Y no sabía que el noventa por ciento de mis heridas pertenecían a la hábil mano de mi padre. HE TENIDO PELEAS CON OTRA GENTE, PERO POCAS VECES ME HAN SEÑALADO.
                ¿Y si mi padre supiera de la existencia de Mariam?
                - No necesito ayuda. – Sin embargo, me hizo sentir extraño que ella pensara que era un busca broncas. – De modo que piensas que soy un tipo peligroso.
                -  Bueno, yo… vi las marcas de tu cuerpo, el resto es pura especulación. Creo que es hora de irme – dijo en un tono claramente apremiante, se había asustado. – Lamento haberte alterado, no era el propósito que tenía al venir aquí.
                Vi como se colgaba el bolso y se disponía a alejarse de mí. Era algo que no podía tolerar. ¿Quién sabía si el siguiente paso de mi padre era el centro ese del que no dejaba de hablar? Entonces tal vez no la viese más.
                - Mariam, no te vayas – le rogué ansioso. Ella se detuvo pero no me miró, sino que fue hacia la ventana, lo bastante lejos de mí como para no poder tocarla, ni rozarla siquiera. Aun esperé unos momentos hasta que Mariam volvió a hablar, no quise atosigarla para que no se alejara más. Se giró hacia mí y me tendió la mano.
                - Mira, perdona. Seamos amigos ¿vale? - Correspondí a su gesto y me sentí agradecido porque no fuera una persona rencorosa. – Y ahora, discúlpame porque mis tripas me reclaman algo de comer. Creo que me está dando un bajón de azúcar.
                Aquello no me gustó. Pero era lógico que tuviese apetito, yo también lo tenía.
                - No tardes – no quise parecer ansioso, pero lo estaba.
                - Cuenta con ello.
                Soltó su mano de la mía y para mí fue como si cortase la cadena que me anclaba a este mundo. Me fui a la deriva. Salió de la habitación y me sentí desprotegido, frágil. ¿Cómo diablos podía estar tan colgado de Mariam? Si solo se trataba de una chica de diecisiete años que era insignificante para todo el mundo, menos para mí.
                Oí la puerta y sonreí, había olvidado algo. Pero que decepción cuando apareció una auxiliar rechoncha y bajita portando la bandeja de mi almuerzo.
                - Oh, mi niño. Con ese brazo inmovilizado no podrás comer. Enseguida vuelvo y te ayudo. – ante todo era muy cariñosa, eso no lo podía pasar por alto en una persona.
                - Gracias. Pero no se preocupe, soy zurdo… me las apañaré bien.
                De todas formas, antes de irse, tuvo el detalle de trocearme el filete y dejármelo todo preparado para que pudiese valerme por mí mismo. Tan solo había degustado un trozo de carne, cuando ya se me indigestó. Sin llamar a la puerta, sin hacer ruido, había llegado mi PADRE.
                - Estás pálido, hijo.
                ¿Pálido? La sangre había abandonado mi rostro y las manos, las tenía heladas, estaba viendo al diablo de mi infierno particular. Se me había quitado el apetito.
                - Has tenido suerte, dice el doctor que pronto estarás bien.
                - Ya – el zanjé para ver si se iba de una vez.
                - Si quisiera verte muerto te habría matado yo mismo hace tiempo.
                ME ESTAS MATANDO POCO A POCO, TAMPOCO HAY TANTA DIFERENCIA.
                - He pensado que no va a ser necesario que vayas a la universidad. En cuanto te gradúes, entrarás a trabajar para mí. Un poco de trabajo duro te vendrá bien. – Sentenció con su natural autoridad. – Así que no te metas en líos, acércate a la gente adecuada y procura terminar con buenas notas ¿entendido? Nada de malas compañías, haré lo que sea para llevarte por el buen camino.
                HIJO DE PUTA, no me podía estar haciendo eso, nunca me iba a dejar en paz. En ese instante alguien llamaba a la puerta, recé porque no fuese ella, el lobo estaba en casa.
                - ¿Has terminado? – preguntó la mujer de antes. – Oh, no has comido nada. Quizás luego te apetezca algo.- miró a mi padre y luego se volvió a mí de nuevo – Vendré más tarde – cogió la bandeja y la llevó hasta el carrito.
                - Gracias – le dije a sabiendas de lo mal que le sentaba a JW que fuese dando las gracias a quienes hacían algún servicio. De hecho me echó una mirada de desaprobación, dando a entender que aún tendría mucho por aprender.
                Mi padre salió de la habitación y yo respiré aliviado, parecía como si en su presencia hubiese tenido unas manos invisibles rodeándome el cuello y apretando lentamente. Logré reprimir las lágrimas. Cerré los ojos, aturdido por la visita de mi padre y sus planes de futuro. Asustado por Mariam, estaba seguro de que no figuraría entre las compañías adecuadas a las que mi padre se refería. Preferiría cortar con ella cualquier conexión, a que mi padre se enterase del asunto y lo zanjase él.
                Oí unos golpecitos en la puerta y miré con desgana, allí estaba Mariam, con su tímida sonrisa, pero enseguida se puso seria. De todos modos ella era una personita perseverante.
                - ¿Malas noticias?
                Pero no fui capaz de mirarla a los ojos, no podía enfrentarme a ellos y decirle las palabras con las que la perdería para siempre. Se acercó y esperó pacientemente a que yo dijese la primera palabra.
                - Mariam. Será mejor que te vayas – las palabras desgarraron mi garganta conforme iban saliendo, estaban envenenadas.
                - ¿Eh? ¿De qué estás hablando?
                Estaba sorprendida, así que decidí dar el golpe de gracia, en eso era bastante experto. La miré a los ojos al fin.
                 - Quiero que te vayas.
                No tuve que esperar para ver la reacción de Mariam. Se puso pálida y vi como se daba la vuelta sin mirarme. Me maldije mil veces y me mordí el labio para no pedirle que me perdonase. Sin embargo vi como ella se volvía de nuevo hacia mí, por un momento pensé que querría abofetearme. ¿Qué podía ser si no?
                - Ya puedes sentirte orgulloso porque me has humillado de todas las formas posibles. No me explico cómo soy tan estúpida. Espero que mejores pronto.
                Entonces se fue corriendo de allí.
                - ¡¡Mariam!! – grité varias veces, intenté levantarme pero un intenso dolor recorrió todo mi cuerpo cuando fui a sentarme en la cama. No supe que más ocurrió porque me desmayé.

                - El pequeño Robert está dormidito – noté un roce en la frente, pero un olor extraño, no era lavanda. Abrí los ojos. Aquellos dos iris verdes no me eran desconocidos, pero no eran las dos bolitas marrón oscuro que yo deseaba ver. – Parece que ya abre los ojos.
                - Dana.
                - Hola mi bebé. – Y me dio un beso en la mejilla. – Vaya, estás hecho un Cristo. No me puedo creer que todo esto te lo hayas hecho con el casco puesto.
                - Eso es porque cuando se lo hizo… no llevaba el casco puesto.
                El que acababa de hablar era mi medio hermano Jared. Él y Dana eran gemelos, al menos un año mayores que yo. Y al parecer estuvieron viviendo en la misma casa que yo hasta que murió mi madre. Luego su abuela se hizo cargo de ellos.
                - Vivir en esa casa se ha convertido en un deporte de riesgo, ¿no, hermanito?
                - Me las apaño bien – dije, sin poderles mentir. Dana se sentó junto a mí en la cama, mientras Jared curioseaba por todos los rincones. Ambos eran altos y atractivos, asistían a la universidad y más parecían sacados de un comic que de una revista de moda. En eso se parecían mucho, a los dos les gustaba todo lo relacionado a comics de cazadores de vampiros y cosas similares. Se ve que no tenían que batallar diariamente con la vida real, donde un simple mortal te podía vapulear hasta dejarte sin sentido.

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