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sábado, 18 de junio de 2011

22. KYLE

                Ni en un millón de años soñé que al despertar encontraría una diosa junto a mí. Una deidad roquera o heavy con un piercing de aro en el labio y unos ojos marrones atrapa espíritus.
                - Qué agradable sorpresa – logré comentar mientras me pasaba la mano por el pelo asegurándome que no estuviera demasiado mal. - ¿Pasabas por aquí? – pregunta de lo más vulgar y predecible.
                - Lectura para el fin de semana – me mostró el libro con cierto reparo y no comprendí su actitud, ni que fuera una novela de esas ñoñas que les gustaba a las chicas. No me sonaba ni el titulo ni la autora, Riley no tenía pinta de ser la clase de chica que leía novela rosa. Debía ser su estilo el manga y el anime.
                - Jared me ha dicho que anoche durmió en tu casa. – Y éste me dio un cogotazo y cuando le miré sus ojos eran dos ranuras, estaba furioso conmigo. Me encogí de hombros, Riley no había visto su maniobra ya que estaba inclinada hacia delante y con la mirada fija en la gran cristalera que teníamos enfrente, desde donde se veía un atrio.
                - No tiene importancia – respondió.
                Si fuésemos como la mayoría de los tipos de nuestra edad, éste sería el momento oportuno de invitarla a tomar algo. Pero en nuestra situación actual era una escena fuera de lugar. Si yo lo planteaba podría pensar que quería que nos invitara, y si yo la invitaba pensaría que siempre andamos bien de dinero y no volvería a invitarnos jamás.
                - ¿Y hace mucho tiempo que trabajas en esa cafetería? – Ojalá ella no fuera del tipo que responde: “¿Y tú? ¿Hace mucho que eres imbécil?”
                - Casi un año. No se gana mucho pero… tampoco le dedico gran parte de mi tiempo… me permite hacer mis cosas, estudiar y todo eso.
                - Este es tu último año en el instituto, ¿no?
                Necesitaba ganarme la confianza de la chica para que se sintiera más cómoda y relajada. Supongo que no es algo que pudiera lograr estando Jared allí al lado. Ojalá hubiese sido yo el afortunado invitado a su casa. Habría sabido sacarle partido a la situación.
                - ¿Quieres que vayamos a cualquier otra parte? – me quedé alucinado, ni tan siquiera había pasado la idea por mi mente y ya la estaba soltando mi boca. Me abofeteé mentalmente por garrulo.
                - ¿A dónde quieres que vayamos?
                Riley no me miraba pero Jared, detrás de ella, estaba perplejo. Hizo el gesto de que yo estaba loco y puso los ojos en blanco. Yo encogí los hombros trasmitiéndole un mensaje: “¿Qué pasa?”.
                - No sé, tal vez prefieras pasear o estar en cualquier otro lugar. – O estar conmigo a solas, pensé.
                - Aquí se está bien, ¿No?
                Sí, se estaba caliente, se estaba cómodo… se estaba bien. Pero yo solo pretendía estar un rato a solas con ella. ¿Pero qué me estaba pasando? No podía creerme que estuviera intentando ligar con Riley. No era mi tipo, a mí me gustaban pechugonas… Jajaja, no era un secreto que a una chica le miraba el pecho antes que la cara.
                - ¿Vais a pasaros luego por la cafetería?
                ¿Era una invitación o solo una sugerencia? Riley debería saber que a un tipo como yo, sin recursos, no se le podía hablar con vaguedades.
                - Tenemos cosas que hacer. – Intervino Jared. Le miré por encima de Riley y él se encogió de hombros, me estaba devolviendo la pelota.
                - Hoy es el día del chocolate con churros.
                Oír esas palabras me produjo un estremecimiento en el estómago. La boca se me hizo agua de solo imaginar el sabor del chocolate caliente. Hice un recuento mental del dinero que llevaba en el bolsillo. La mañana no se le había dado nada mal a Jared, pero al no saber cómo nos iría en los días siguientes, no me podía arriesgar a gastar en un capricho como aquel. Por mucho que me tentara.
                La tos volvió a cebarse en mí. Cuando Jared me dejó fuera del mercado tuve una buena crisis. Tosí tanto que una señora sintió pena por mí y me trajo un recipiente con caldo caliente. Ahora me avergonzaba toser tan de seguido delante de Riley. Sabía que me estaba poniendo rojo como un tomate y ella me miraba sin saber qué hacer para aliviarme. Logré articular una disculpa y fui hacia el servicio.

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