Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

viernes, 17 de septiembre de 2010

7- (Robert) LA RARITA NO ERA TAN RARITA

                Iba camino de la cafetería cuando oí unas risitas junto a la ventana.
- Mirad a la tuppergirl, los frikis y sus comiditas – dijo una chica morena con el pelo liso que se sentaba al final de la clase. – Estoy convencida de que su mami le prepara el almuerzo para ahorrarse unos pavos que luego se fuma.
                Me asomé por donde ellas se habían asomado, la rarita y su novio estaban comiendo en la entrada. Era tan tierno verlo a él partiendo el bocadillo en dos, como empezasen a hacerse arrumacos, de seguro vomitaba. A lo mejor estaba un poco celoso, creo que nunca he tenido una relación con nadie que me llenase, solo Rosita, que era mi única familia. Mis hermanos mayores, Dana y Jared, nunca habían vivido en casa con nosotros.
                Mi padre nunca tenía tiempo para mí, con sus empresas y sus negocios, lo único que nos unía era lo que no deseaba. Se acordaba de mí únicamente cuando tenía que reclamarme o castigarme por algo. MALDITO JASON WAYNE. Di un puñetazo a la pared y me dolió hasta el alma, no era como el saco de arena. Me reí al ver que los nudillos se me habían repelado, fui a la fuente refrigerada a refrescarme un poco.

                Sonó el timbre, creo que unos cuantos decibelios más alto que en cualquier otro sitio. ¿Eran todos sordos en este lugar? Miré hacia arriba y comprobé que allí estaba el amplificador del insoportable ruido. No vi lo que sucedió, tan solo sentí un fuerte golpe en la nariz, me toqué y vi la sangre, aunque ya conocía su sabor. Vi en el suelo las manchas que estaba dejando, y la vi a ella, sentada, los ojos llorosos y con sangre en la cara.
- Hostia. ¿Por qué no miras por dónde vas, niña?
                No quise que se diera cuenta de que me estaba mareando, me eché en la pared y traté de cortar la hemorragia.
- Vale, lo siento, pero se ve que tú tampoco ibas muy atento.
                Estaba en lo cierto, no tenía humor para rebatirle sus palabras. Le di la mano porque ya había hecho un par de intentos y no atinaba a levantarse. A cambio, me dio un pañuelo desechable.
- Me parece que será mejor que vayamos a la enfermería, allí nos darán un justificante para la clase de Biología
                Caminar al lado de la rarita me pareció distinto a cuanto me había imaginado. No era tan menuda como parecía y tenía un ritmo al caminar muy cómodo de seguir. Me había dado un buen golpe, era dura como una piedra. En la enfermería, me senté en una incómoda silla con una bolsa de hielo sobre la nariz; ella estaba a un paso de mí, con los ojos cerrados, parecía una muñequita.
- Apuesto a que es la primera vez que visitas la enfermería – no hacía falta ser muy inteligente para ver que estaba un poco asustada.
- Procuro andarme con ojo… excepto hoy, claro está.
                Sonreí, me hacía gracia su comentario, y verla allí tocándose la ceja y haciendo muecas de dolor, pero seguía haciéndolo una y otra vez. Me dio ganas de darle en la mano como a los niños que tocan donde no deben.
- Oh Dios, Patrick tiene que estar de los nervios al ver que no he aparecido por allí – musitó como si rezara, pero debía estar hablando de su novio.
- Patrick es ese tío que va contigo. ¿No? ¿Es tu novio?
- No. Solo somos buenos amigos – pues parecían algo más.
- ¿Y tú te llamas…?
- Mariam Clark.
- Mariam – pensé, no había conocido antes a ninguna chica con semejante nombre.
- De la gente que conozco, más de la mitad me ha preguntado alguna vez por Robín Hood.
- Ah, pues no había caído. Yo me llamo Rob… Robín – curioso, Robin y Mariam, un juego del destino.
                Le tendí la mano para estrechar la suya, suave, como si estuviese cubierta de talco, pero estaba temblando.
- Robín y Mariam, parece que estuviésemos predestinados.
                Pensé en voz alta y no me di cuenta de ello hasta que la oí reír, una faceta que aún no conocía en ella. Entró la enfermera y le solté la mano a Mariam para que ésta pudiese pasar por el estrecho pasillo entre los dos y llegase hasta la mesa.
                Con el salvoconducto en el bolsillo, nos dirigimos a clase. Me miraba de soslayo, y yo a ella también, puede que su ropa no fuera tan usada, y no olía para nada a rancio, sí a lavanda, pero era algo tenue, pasaba casi desapercibido. Había que estar más cerca para apreciarlo plenamente. Miraba el tatuaje del escorpión, de pronto me sentí imbécil por haberla tratado tan duramente, era una tía agradable. Le cedí el paso, un gesto raro en mí, y entramos en clase. La carita del tal Patrick era de chiste, no sé si se alegraba de verla o no.
                No estaba dispuesta a comenzar una relación de amistad o lo que fuera con nadie. Así que en cuanto sonó el timbre me largué de allí. Antes de ahora ya había tenido amigos y amigas, que perdí entre cambios de centro, y luego estaban los dos tres colegas de siempre con los que papá no quería verme. De modo que me limitaba a reunirme con ellos a instancias de él. Finalmente le dediqué a la rarita alguna sonrisa cada vez que la pillaba mirando. Estaba viendo que se iba a colgar de mí, y ni era el tipo de chica que me atraía, ni el tipo de amistad que debía frecuentar. Francamente… no le haría bien.
                Desaparecí de allí rapidito y fui al encuentro de mis colegas, que estaban en los billares. Dejé la moto en el exterior, junto a las demás y en el lóbrego antro. Tampoco a mí me hacía bien frecuentar ese sitio, pero en parte lo hacía para fastidiar a mi padre, aunque él no se enterase de lo que andaba haciendo.
- Wayne, juega una partida conmigo – dijo Paul, que se paró a mirarme al pasar delante de mí – hostias tío, ¿quién te ha hecho eso en las napias?
                Me toqué y me dolía a horrores, sonreí al recordar a Mariam haciendo lo mismo. Me callé al respecto sobre el origen de mi nariz hinchada, pues si les decía la verdad, estarían riéndose de mí para los restos.
- Diferencia de opinión, tío.
                Alex y Paul se podían considerar unos colegas de verdad, les conocía desde hace bastante tiempo, cuando coincidimos en un internado. Sus familias también eran gente de mi entorno, pero ellos, como yo, parecíamos no estar hechos del mismo material que el resto de los de nuestra clase.
                Estuve allí por espacio de una hora, pero no bebí alcohol, aunque me apeteció beberme una cerveza. Nadie iría allí a detenerme por beber alcohol siendo menor de edad. Paul y Alex pasaban de los veintiuno. Subí a la moto y llegué a casa antes de lo que esperaba, papá solía llegar más tarde, a la hora de cenar, de modo que hoy cenaría temprano y me iría a la cama. Para él no era obligatorio que cenásemos los tres juntos, papá, Susam y yo. Susam, parecía que ni existía, era muy atractiva pero casi ni se sentía su presencia, era una de sus numerosas adquisiciones.

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