Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 12 de marzo de 2011

12 - (Robert y Mariam) FIRMANDO LA PAZ

                Por la mañana, cuando sonó el despertador, no le apetecía para nada ir a clase. Se arrastró fuera de la cama y fue al baño. El espejo le devolvió un rostro algo ojeroso que mostró un gesto de espanto al encontrarse con el original. Rebuscó un anti ojeras en el neceser de su madre y se aplicó un poco. Ahora estaba un poco mejor.
                Patrick la esperaba donde siempre, él vivía algo más cerca del instituto, al menos se ahorraba cuatrocientos pasos del camino. Ya lo había contado ella miles de veces, cuando se despedían hasta el día siguiente, siempre recorrían doscientos pasos, para tardar lo mismo en llegar a casa.
                - ¿Qué tal estás hoy de humor?
                - Bien, he decidido pasar de todo. Total, tardaré en verle varias semanas, quizás meses. Tal vez no vuelva al instituto.
                Patrick la rodeó por los hombros, así caminaron un buen trecho, hasta que Mariam se reconfortó. En clase estaba reunido el club de los fantásticos, que se volvieron al verlos entrar.
                - Hola Mariam. ¿Cómo está Robert?
                - ¿Qué cómo esta Robert? – no se podía creer que Joanna se dignase a hablarle después de tanto tiempo, porque se conocían desde primaria. – Ayer le dejé bien.
                No quería seguir hablando de Rob porque no quería pensar en él. Fue a sentarse en su sitio de siempre, seguida de Patrick, que se acomodó a su lado. Joanna volvió a reunirse con su corte y mientras les explicaba, con muchas palabras lo que Mariam le había dicho con ocho, echaba breves miradas en su dirección.
                La primera clase del lunes se pasó enseguida. La de Biología fue más pesada, porque estuvieron repasando algunos conceptos que ella ya se sabía al dedillo. Por tanto se le hizo eterna. A última hora, Patrick y Mariam se separaron. Él se quedó en el aula, para su clase de cálculo, mientras ella fue al aula XI con la hermana Angela y su clase de Matemáticas avanzadas.
                Ocupó su lugar de costumbre y no pudo evitar una punzada de dolor al comprobar que a su derecha, ya no había nadie que le estorbara para escribir. Llegó la hermana Angela, con sus libros y cuadernos.
                - Como íbamos diciendo ayer…
                Daba igual que eso lo hubiese dicho hacía quince días, ella retomaba el tema de la misma forma. Mariam se dispuso a tomar notas, hacer operaciones y empapar su mente de fórmulas matemáticas, todo ello con tal de no pensar en Rob y su embriagador aroma silvestre.
                Sonó el timbre de fin de clase, y Mariam despertó del letargo en el que se hallaba inmersa. Miró su cuaderno y comprobó que todos los datos estaban pulcramente anotados y aclarados con varios ejemplos.
                - Señorita Clark. ¿Puede venir un momento?
                Era inaudito que la hermana Angela requiriese de su presencia para algo, por lo general, gustaba de público para humillar a sus alumnos.
                - Traiga su cuaderno.
                Aquello la descolocó, conforme caminaba hacia el pupitre, se iba preguntando qué podía querer de ella y de su cuaderno. La profesora lo cogió con cuidado, lo abrió y lo ojeó. Había un par de puntos que Mariam tenía a su favor. PRIMERO, no era amiga de dibujitos en las esquinas y los márgenes. SEGUNDO, era limpia y ordenada en sus presentaciones. Y TERCERO, tenía una letra clara y bonita, y no dejaba escapar ni una coma.
                Mariam esperó con paciencia, mientras la profesora examinaba aquella libreta de pastas rojas rígidas.
                - Bien, buen trabajo. – Dijo, y le devolvió el cuaderno.
                - Gracias – Respondió Mariam gratamente sorprendida.
                - Pero no la he llamado para elogiarla. – Mariam anuló el esbozo de sonrisa. – Pero eres mi mejor alumna. – No sabía si sonreír por los elogios o poner cara de abatimiento como si fuese a recibir una reprimenda. ¿Qué pretendía aquella Mujer de Dios?
                - El señor Wayne está hospitalizado, y he pensado que usted es la persona más indicada para ayudarle con la materia hasta que se incorpore a las clases. – Mariam se quedó perpleja, hubo de alcanzar la libreta que se le escurrió de las manos, antes de que cayera al suelo. – Sería una lástima que, ya que tiene aptitudes para estar en esta clase avanzada, pierda la oportunidad de seguir en ella, por este contratiempo.
                Mariam se quedó sin habla, helada por fuera y ardiendo por dentro, con el corazón desbocado.
                - ¿Puedo contar con usted para que se ocupe de este asunto? No le llevará más de algunas horas a la semana.
                - … Sí – logró responder, aunque se había prometido que jamás querría saber nada más de Rob.
                - Bien, pues en sus manos queda. Aquí le dejo una serie de ejercicios para que repasen juntos – y le endosó un puñado de folios encuadernados en espiral, con actividades, problemas y representaciones gráficas.

                Cuando llegó junto a Patrick, Mark ya estaba con él, y emprendieron el camino de regreso a casa.
                - Te veo rara, niña – le dijo Patrick.
                - ¿Rara? Acabo de ser nombrada la mejor alumna para llevarle a Robert Wayne los deberes de matemáticas.
                Patrick y Mark sonrieron, fue un gesto cómplice que Mariam no pasó por alto.
                - ¿A qué viene ese sonrisa? – preguntó la chica algo molesta.
                - Creemos que deberías darle una oportunidad al chico. Debes comprender que no estaba en su mejor momento. Acababa de salir de una operación. – Respondió Mark, que ya estaba plenamente integrado en el pequeño grupo.
                - Estáis locos. Los dos.
                Echó a caminar por delante de ellos, y siguió sola hasta su casa. Mientras, los chicos se quedaron en el camino que llevaba a casa de Patrick. Le daba mucha rabia haber tomado una decisión y que la hubiesen obligado a ir en sentido contrario. Estaba claro que Rob no la quería ver, y ahora no tendría más remedio que visitarlo con frecuencia y estar con él algunas horas.
                Por otro lado, se sentía horriblemente triste, sería insufrible estar sentada a su lado y saber que nunca lo podría tener. No había que someterla a una gran tortura, para que confesase que, por lo menos, podría verlo con frecuencia, y además con una buena excusa.
                Al llegar a casa, revisó la mochila y dejó lo fundamental para su clase magistral. Tomó el bono bus y se lanzó a la aventura. Subió en el ascensor y estaba nerviosa. Por el pasillo, a cada paso que daba, notaba una quemazón en el estómago, igual que se sentía cuando iba a hacer una exposición oral de alguna materia.
                Aún faltaban algunos metros para llegar, cuando de la habitación de Rob salió Joanna, con sus mejores trapitos.
                - Hola Mariam, Robert está mejor – le dijo con una petulante sonrisa, haciéndole entrever que ya tenía la información, y no hacía falta que hiciese la visita.
                - Ya. – Dijo ella – Yo le traigo deberes. – Le mostró la mochila y siguió adelante. Esperó a que desapareciese de su vista, antes de llamar. Respiró hondo y contó hasta diez. Entonces llamó y abrió la puerta.
                Creyó ver un atisbo de sonrisa al verla asomar (estaba sorprendido) seguido de un rápido gesto serio.
                - Hola – dijo Mariam para romper el silencio. Él también la saludó.
                - Toma, aquí tienes. – Y le puso sobre el regazo el cuadernillo de fotocopias y su libreta de tapas rojas. – La hermana Angela pensó que sería buena idea que te ayudase con las “mates”.
                Aprovechando que Rob ojeaba el cuadernillo de ejercicios, Mariam lo repasó bien. Tenía mucho mejor aspecto que hacía dos días, le habían afeitado y ahora sí parecía más niño. También estaba peinado y parecía más despierto y despejado. Un pijama azul le cubría el vendaje del hombro, y ahora volvía a llevar su reloj y sus pulseras de cuero sobre sus muñecas tatuadas. Los pendientes aún no se los había puesto.
                - Cuando quieras empezamos. – Dijo la chica arrimando la mesa y colocando sobre ella el cuadernillo en blanco, los lápices, las gomas y la calculadora. – ¿Te parece bien?
                - Fantástico – repuso Rob.

                Debían llevar algo menos de una hora repasando intensamente fórmulas y haciendo ejercicios, cuando Mariam pidió hacer una pausa y fue hacia la ventana para estirarse. Llevaba todo el rato en una postura forzada junto a la cama.
                Robert la miró bien, sintiendo una dolorosa punzada en el corazón. Lo mejor que le había pasado en esos dos días era la visita de Mariam. Una vez se hubo ido Joanna, cuya visita le había dejado indiferente, ver la cabecita morena asomar por la puerta, le puso de un humor increíble. Y tenerla tan cerca suya, mientras le explicaba cosas que él ya sabía, le hacía muy feliz. La vio desperezarse como un gato y asomarse a la ventana, con más detenimiento, porque algo le había llamado la atención. Era una criatura deliciosa.
                Se empinó en el alfeizar para ver mejor, y él se quedó intrigado por saber qué había allí que exigía de ella toda su atención.
                - ¿Qué ocurre?
                - Es que hay un tipo que llega con un cochazo y que se cree el amo del mundo. – Aún seguía con la nariz pegada al cristal. – Le vi el otro día, y te juro que te hace sentir un bicho miserable cuando pasa por tu lado.
                - Ya, es mi padre. – el movimiento que estaba haciendo para recogerse el pelo en una coleta baja, se le quedó en un amago.
                - ¿Tu padre?
                - Sí, Jason Wayne, de industrias Wayne. Compra empresas en crisis, las sanea y las vende al mejor postor. Entre otras actividades.
                Ella se quedó con la boca abierta, ahora encajaba lo que le dijo la mujer de información cuando le prohibió la visita. Se miraron en silencio unos segundos eternos, en los que ella calibró el valor de aquella noticia. Así es normal que tuviese empleados, que llegase en taxi a clase. Por eso estaba DON PERFECTO en el hospital cuando salió a almorzar el sábado.
                Sonaron unos golpes en la puerta y entró un individuo que Mariam conocía bien, era el muro de hormigón con el que ella se había dado de bruces. A continuación dejó paso A DON CELEBRIDAD, y salió al pasillo cerrando la puerta.
                Robert miró a su padre y luego a Mariam. El lobo en casa, y el corderito jugando sin saberse en peligro. Casi podía percibir las babas cayendo de las fauces de aquella horrible bestia.
                - Hijo. – se acercó a él y le dio un toque amable en la cabeza. No dejaba de mirar a Mariam, Robert se preguntaba si sería amable con ella o si haría gala de su carácter de señor feudal.
                - Papá, ella es una compañera de clase. Vino a traerme los deberes.
                - Ajá. – respondió su padre sin despegar los ojos de Mariam. – Gracias, señorita, y ahora, si no le importa, déjenos hablar en privado.
                Nunca la habían echado de ninguna parte, y en dos días ya la habían echado del mismo sitio dos personas de la misma familia. Ni se lo pensó, apresuró el paso y salió de la habitación. Se dejó caer al otro lado de la puerta, con los ojos cerrados. Entonces fue consciente de que a ambos lados de la puerta había dos hombres como dos colosos, con las miradas al frente y el gesto inexpresivo. Se separó de la puerta y se apoyó en la pared de enfrente, para tenerlos a la vista. Se percató de que llevaba el lápiz enredado en el pelo, a modo de prendedor. Lo cogió y empezó a darle vueltas con dedos agiles, mientras esperaba a que llegara a su fin la secreta reunión padre e hijo. Estaba tamborileando rítmicamente en la pared con el lápiz, cuando uno de los armarios empotrados avanzó hacia ella y le sujetó el lápiz atrapándole la mano también.
                - Niña. ¿Quieres parar?
                - Suélteme la mano
                El tipo aguardó un momento y después la liberó.
                - No vuelva a tocarme.
                - Eres una niña impertinente, alguien debería darte una lección.
                - Sí, pero no va a ser usted.

                Mientras tanto, en la habitación, Rob estaba deseando que su padre desapareciese de su vista. Empezó a pasearse alrededor, ojeando el cuaderno de Mariam, hurgando en sus cosas con repugnancia. Deseaba decirle que no tocase nada, pero no se sentía con ánimos de aguantar un sermón. Aún así, esperaba que soltase alguna monserga.
                - ¿Y bien?
                - ¿Y bien, qué?
                - ¿Qué tal es la chica como profesora?
                - No está mal, la profesora de matemáticas avanzadas le pidió que me pusiese al día con el temario.
                - ¿Cuánto crees que debo pagarle por sus servicios?
                - Papá, no es necesario pagarle. Ella me está haciendo un favor.
                - Bien, como quieras. ¿Entonces te encuentras mejor?
                - Si, perfectamente.
                Miró hacia la puerta pensando en Mariam. No era justo para ella que la hubiese echado de la habitación, del mismo modo que él la había despachado dos días antes. Finalmente, parecía que su padre se había aburrido de perder el tiempo por allí y se despidió de él.
                - Sigue así, progresando. Volveré otro día.
                NO SÉ A QUÉ HAS VENIDO PERO TARDA EN REGRESAR pensó él. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada, se sentía bastante cansado. No veía la hora de volver a ver a Mariam.

                Respiró aliviada cuando vio que abrían la puerta. Se enderezó y adoptó una pose digna, para aparentar desenvoltura. El intercambio de palabras con el guardaespaldas la había dejado temblorosa y agradablemente sorprendida por su capacidad de réplica.
                - Señorita, le agradezco que se ocupe de mi hijo. Tenga esto por sus servicios. – Sacó un billete de la cartera y se lo dio. Mariam miró el billete y luego lo miró a él, no hizo intento de coger el dinero. Jason Wayne le dio el billete a su gorila, y siguió su camino sin mirar atrás. Éste tomó la mano de Mariam y la obligó a aceptar la propina.
                - Le dije que no me tocara. – dijo ella, que le pegó un puntapié en la espinilla y entró corriendo en la habitación para evitar el desquite del tipo. Vio que Rob estaba dormido y se puso a recoger en silencio sus cosas. Se sobresaltó cuando le cogió la mano. Le miró y comprobó que estaba despierto, pero muy serio.
                - ¿Ya te vas?
                - Sí, es tarde. Ah, toma, esto es tuyo. – sacó el billete del bolsillo trasero del pantalón y lo puso sobre la mesilla de noche, junto al teléfono móvil de Rob. – Tu padre me dio una propina por hacerme cargo de ti – Vio que el gesto de Rob cambiaba, como si estuviese furioso.
                Siguió recogiendo, sin mucho interés.
                - Volveré el miércoles – dijo Mariam que terminó ya con las cosas que tenía por allí desperdigadas y se puso la chaqueta verde que le había prestado su madre. No quería irse aún, pero ya no podía alargar más la coartada. Lo que más deseaba era quedarse allí toda la tarde a su lado, mirando sus ojos, enredando los dedos en el cabello de él.
                - ¿Mañana no vienes?
                - Ya te lo he dicho, el miércoles es la próxima clase de matemáticas. Pero si hay algo que no entiendes… puedo quedarme un poco más. – Sabía que era una excusa pobre que no se sostenía de ninguna manera. Aún así, esperaba tener alguna oportunidad.
                Robert la miraba sin descanso, no sonreía, pero tampoco tenía esa mirada dura de alguien que ha pasado por malos momentos.
                - ¿Sabes? No me ha quedado muy claro el último ejercicio.
                Mariam suspiró aliviada, volvió a sacar los bártulos y los esparció por toda la mesa, que arrimó más a donde él se encontraba. Trató de meterse en faena, aún siendo consciente de que Rob no le quitaba la vista de encima.
                Él se sintió feliz de que Mariam se quedase, la inoportuna visita de su padre había arruinado una magnífica tarde. Se resintió de una punzada en el hombro y se le saltaron las lágrimas, pero intentó aguantar hasta que se le pasase, para así sacarle partido a aquella gloriosa clase de repaso.

                Patrick la llamó cuando ya se iba a acostar. Se había duchado, había cenado y hecho todos los deberes, aunque apenas se había concentrado.
                - ¿Qué? ¿Cómo ha ido?
                - Bien, hice un esfuerzo y no fue mal – decidió callarse por el momento que Rob era un rico heredero y su padre un idiota prepotente.
                - Los dos sabemos que ese esfuerzo no fue muy grande.
                - Ah, vaya. Patrick, tú siempre lo sabes todo.
                - No olvides que ahora somos dos cabezas pensantes.
                Pues sí, Mark siempre estaba en mitad de todas las conversaciones. Le caía bien, pero todavía no se había adaptado al nuevo miembro. Parecía hacer buena pareja con Patrick, aunque ella no sabía si ellos dos ya eran algo o aún estaban en la fase de amigos.
                - Bueno, Patrick. Nos vemos mañana.
                No le dio opción a mucha réplica y cortó la comunicación lo más rápidamente que pudo. Fue hasta la cama y se tumbó en ella. Las sabanas estaban frías pero no le importó ya que llevaba un pijama con pantalón largo y camiseta de manga francesa. Se arropó y apagó la luz. Pensó en Rob, allí solo en el hospital, sabiendo que su padre no se dignaría ir allí para pasar la noche con él.

1 comentario:

  1. Uy!! Mi comentario ha volado y aún no me lo explico.. te escribo otro:
    Me ha encantado!!!!... yo he sido una de las primeras personas que comenzó leyendo tus relatos, hace muchos años..... Eres una gran Escritora....
    Un beso Rocío

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