Relatos cortos, criticas y algunas cosas más.

sábado, 12 de marzo de 2011

13 - (Robert y Mariam) AMIGOS

                 Se revolvió un poco en la cama, lo máximo que le permitió su estado. Teniendo en cuenta que apenas se podía mover. Le dolía todo el cuerpo pero no quería tomarse ningún calmante, aunque una enfermera le había dicho que era bueno que se los tomase, porque así podía sanar sin dolor.
                Pensó en Mariam, en cómo había tenido que deshacerse de ella para no hacerle daño. Sabía que su padre no toleraría una relación con una chica que era insignificante, pero que para él era la niña más encantadora que había conocido nunca. Deseaba que llegase el miércoles, para verla de nuevo. No podía dormirse, por más que lo intentara era imposible. Se frotó los ojos, muy cansado y se lamentó de sentirse tan solo.
                El móvil empezó a deslizarse por la pulida mesilla, después de que le hubiese silenciado la melodía de Aerosmith para que no la escuchasen en todas las habitaciones. No reconoció el número, pero enseguida el corazón le dio un vuelco cuando oyó su voz.
                - … Rob – dijo ella al otro lado de la línea.
                - ¿Sí? – la notaba nerviosa.
                - Hola.
                - Hola – respondió él con una media sonrisa dibujada en su cara.
                - ¿Somos amigos?
                - Sí, lo somos – dijo el nervioso, se sentía como si fuese un niño de trece años que ha recibido su primer beso. - ¿Porqué lo preguntas?
                - Rob, había pensado… ¿Te gustaría…? Bah, es una tontería.
                - No, dime – la apremió.
                - Pensé que… tal vez, te apetecería tener compañía esta noche. Somos amigos ¿no?
                Rob no se lo esperaba, ella era una cajita de sorpresas.
                - ¿Harías eso por mí?
                - Sí – respondió ella. – Voy para allá.
                Mariam cortó la comunicación. Rob suspiró y cerró los ojos, mientras dejaba el teléfono sobre su regazo. Tres apagados golpes en la puerta, y ésta se abrió unos centímetros en la penumbra, dejando a la vista la cabecita morena de Mariam.
                - Hola. ¿Puedo pasar?
                - Increíble – dijo él que miró la hora – Dos minutos, sí que te has dado prisa. – Estaba muy gratamente sorprendido.
                - Estaba… en el vestíbulo – confesó Mariam señalando hacia el pasillo. Estaba nerviosa por lo que había hecho. Apenas un buen rato antes, estaba entre la ya cálida ropa de su cama. Pero había pensado en Rob y de improviso se le había ocurrido que no quería estar en otro lugar.
                - Bueno – musitó sentándose en la cómoda butaca, que había llevado justo al lado izquierdo de Rob. – Espero que la amiguita ésta sea confortante. – Se arrellanó y se relajó mirando a Rob, que a su vez la miraba.
                Pronto el sueño empezó a rondarle, haciéndole cabecear en repetidas ocasiones, mientras Mariam no lo perdía de vista. Ahora que tenía sueño, no quería dormirse. LA VIDA ES INJUSTA.

                Cuando despertó esa mañana, le dolía todas y cada una de las partes de su cuerpo. Aparte de una molesta tortícolis en el cuello cuando intentaba girar la cabeza hacia la izquierda. Rob ya estaba despierto, divertido mientras la observaba estirarse como un gato.
                - Ha sido mala idea, ¿Verdad?
                - No, no. Estoy bien, pero la próxima vez me traigo un cojín de casa.
                Rob se vio sorprendido, de modo que ella quería repetir la experiencia. Puede ser que sí le hubiese perdonado.
                - ¿No te regañarán tus padres?
                - Mi madre sabe que estoy aquí. Llevo dieciséis años de vida ejemplar, me he ganado su plena confianza. Además, ella ya te conoce.
                JAZMÍN, pensó Robert, recreando en su mente la caótica noche pasada en casa de la familia Clark.
                - ¿Y tu padre? – no sabía por qué le hacía esa pregunta, a él no le gustaría que nadie le sacase a su padre a relucir.
                - No le conozco. Solo estamos mi madre y yo.
                QUÉ SUERTE, pensó Robert queriendo creer que su vida habría sido muy distinta si su madre aún estuviera con él.
                - No creo que te haga bien otra noche en ese sillón.
                - No digas tonterías – le contradijo, llevándose la mano al cuello para suavizar un poco el dolor que le había dado cuando se giró a echarle una ojeada.  – Aunque me podrías hacer un sitio en la cama, a tu lado.
                Al instante se arrepintió de sus palabras. No debía estar coqueteando con él, tenía suficiente con la extraña relación de amistad que se habían concedido.
                - Me tengo que ir, debo ir a casa a ducharme y cambiarme de ropa. – Puso el sillón en su sitio y recogió la chaqueta del alfeizar de la ventana.
                La vio salir de la habitación y supo que haría todo lo que fuese porque su padre no se inmiscuyera en su vida, porque a Mariam no podía dejarla escapar.



                Transcurrió más de una semana, en la que Mariam iba a pasar allí todas las noches. Habían roto el hielo y ya incluso bromeaban como buenos amigos. En ese tiempo no volvió a coincidir con el padre de Rob, incluso un día acudió acompañada por Patrick y Mark.
                El miércoles, Mariam asomó la cabeza a primera hora de la tarde, cargada con sus deberes de matemáticas y volvió a encontrarlo bastante triste. Se temió acabar de nuevo despachada de su lado.
                - Hola. ¿Qué tal? ¿Preparado para las “mates”? – preguntó ignorando su cara apenada.
                - Luego vendrán a por mí. Me voy a casa.
                - Ah, eso es genial. ¿No? – estaba muy feliz, siempre era mejor estar en casa que en un hospital.
                - No es tan genial. No podrás quedarte por las noches.
                Eso era innegable, pero al menos, Mariam sabía que él se sentiría más cómodo en su cama y en su habitación, con Rosita cuidando de él.
                Pasaron un rato juntos, hasta que llegó un empleado de su padre para llevarlo a casa.
                - ¿Aún no estás preparado?
                - No, espera fuera, ahora te llamo. – Una vez hubo salido el individuo, Mariam vio que ella ya no pintaba nada allí y se dispuso a irse – Mariam ¿Me puedes ayudar?
                Ella se sorprendió por la petición, pero aceptó. Le ayudó a incorporarse y ponerse en pie. Se rieron juntos cuando ella le bajó el pantalón del pijama y quedó a la vista un bóxer blanco que le quedaba ceñido. En cuestión de veinte minutos, consiguió vestirle con un pantalón de chándal cómodo (para que le pasara la pierna que tenía vendada hasta medio muslo). Por arriba, le desabotonó la chaqueta del pijama y le puso una sudadera con capucha, en color gris, a juego con el pantalón. Le peinó y quedó genial.
                - Nunca me gustó jugar a vestir muñecos, pero creo que no se me ha dado nada mal. – confesó Mariam, que había pasado unos momentos difíciles mientras estaba tan cerca de él en ropa interior. – Hacemos un buen equipo.
                - ¿Porqué no vienes a casa y te presento a Rosita?
                Mariam se quedó pillada, porque una cosa era ir a visitarlo al hospital, y otra muy distinta estar en su casa, cerca de “su padre”.
                - Creo que no es buena idea, por lo menos hoy. No sé si te dije que le di una patada en la espinilla a uno de los gorilas de tu padre.
                - ¿En serio? – preguntó Rob divertido, él también había deseado en más de una ocasión darle un buen golpe, mejor en las pelotas.
                Mariam abrió la puerta, y el tipo se acercó para empujar la silla de ruedas. Ella iba junto a Rob y no se separó de él en ningún momento, solo cuando llegaron a la puerta principal. Allí le esperaba un coche enorme, plateado, donde asomó su padre.
                - Te lo has tomado con calma, hijo.
                Robert maldijo por lo bajo, su padre sabía arruinar un buen día. Vio que Mariam reculaba y no la apremió porque intuía que su padre le causaba algo más que respeto. Por otro lado, tampoco quería exponerla demasiado a los ojos de su padre.
                - Ya nos veremos – se despidió Mariam, cuando él ya se estaba adentrando en el vehículo, con la ayuda del hombre que había subido a la habitación.
                La vio marcharse y sintió una punzada en el corazón, como si no la fuese a ver más. En esos días, apenas había tenido contacto con más gente, dejando aparte al personal sanitario.

                Se alejó del coche, con las manos fuertemente hundidas en los bolsillos de la chaqueta. Se sintió vacía, desprotegida, indefensa al instante de perderlo de vista. Volvió a casa cabizbaja.

                El gorila, cuyo nombre nunca recordaba, lo llevó en la silla de ruedas hasta su habitación. Miró alrededor, parecía que había estado fuera mucho tiempo, pero solo había sido algo más de una semana. Rosita le tenía la cama preparada, y enseguida el escolta de su padre le dejó instalado.
                Su cama era como estar en una nube, lo único (junto a Rosita) que había extrañado en el hospital. Qué pronto el importante Jason Wayne había vuelto a su rutina, apenas había desembarcado en casa, él había desaparecido… MEJOR. Se recostó y cerró los ojos, aquello si era gloria bendita, tan solo le faltaba la compañía de Mariam para ser completamente feliz. Alargó la mano para tomar el teléfono y marcó el número de Mariam que ya se sabía de memoria.

                Vaya, ese número era desconocido para ella. No solía recibir muchas llamadas, y no conocía a tanta gente como para no tener ese número controlado. Respondió después de sonar un par de veces, sonrió abiertamente, era Rob.
                - Hola, ¿qué tal estás?
                - Ya estoy instalado. Esto es muy raro ¿Sabes?
                - ¿Qué es raro? – preguntó, pero lo imaginaba. Tal vez le resultase extraño estar de nuevo entre sus cosas. A ella le había pasado algo parecido cuando volvía de los campamentos de verano, llegaba a casa y era como si hubiese estado fuera seis meses.
                - Mi habitación, mi cama. Es muy familiar pero a la vez es extraña. Me costará trabajo adaptarme.
                Le notaba triste, le daba la sensación de que estaba a punto de llorar…



                Rosita entró en la habitación de Rob llevando una bandeja con la cena que se le había apetecido, un gran vaso de leche y un buen montón de galletas.
                - Ay, el bebé – oyó que dijo alguien fuera de la habitación, conocía aquella voz demasiado bien como para confundirla, esa era Dana. Esta entró en el santuario privado, después de darle un cariñoso beso en la frente a su hermano pequeño, se sentó junto a él en la cama. Jared iba tras ella y se sentó en la silla giratoria del escritorio.
                - ¿Cómo está hoy el principito?
                - Dejaros ya de tanto cachondeo – respondió Rob.
                - Nos llamó Rosita para decirnos que ya estabas en casa y que el enemigo había huido (muy propio de él, por cierto).
                - A Dios gracias – comentó Rob nada apesadumbrado.
                - ¿Se ha portado bien el “gran padre”?
                - No me puedo quejar – a decir verdad, tenía la sensación de que su padre le había dejado en paz indefinidamente. Tal vez se había dado cuenta de la fragilidad del ser humano y le había indultado. Pero no quería hacerle mucho caso a esa sensación, puesto que ya llevaba muchos años haciéndole la vida imposible y nunca parecía arrepentirse.
                - Te juro que no me importaría estar en la miseria con tal de verle acabado.
                - Rob – intervino Jared hablándole muy serio – Tú jamás estarás en la miseria. Recuerda que tu padre es un aprovechado que pensó que había hecho el negocio del siglo casándose con una viuda rica con dos niños.
                - Lo que pasa es que mamá siempre tuvo el asunto monetario muy bien atado. Cuando cumplas los dieciocho años, si es que llegas vivo, el fideicomiso se hará efectivo – Dana trataba aquel tema como quien tenía un amplio conocimiento sobre el mismo – El albacea testamentario es mi abuela, y ella es justa.
                Sí, podía imaginarse siendo el dueño absoluto de sí mismo, sería extraordinario.
                Unos golpes tímidos a la puerta, les llevó a los tres a poner los ojos en ella. Vestía como casi siempre, tejanos, una camiseta estilo vintage y una chaqueta verde de tipo militar.
                - Hola – saludó Mariam inmensamente abochornada – Rosita me dijo que podía venir – se justificó ante el auditorio.
                - Hola – la saludó Dana, que se puso en pié y fue a su encuentro. Le zampó un besazo en la mejilla y tiró de ella hasta hacerla entrar en la habitación – De modo que tú eres…
                La miró a los ojos para que terminase la frase, pero fue Rob quien lo hizo, con una media sonrisa dibujada en sus labios.
                - Mariam – respondió. Su hermana le escudriñó unos segundos y luego se volvió hacia Mariam.
                - Hacéis buena pareja.
                Jared carraspeó y se puso en pié. Mariam era consciente que estaba en un sitio extraño. Pero curiosamente, al cruzar el umbral de esa habitación, percibió que era como entrar en otro mundo. Esas dos personas que estaban con Rob también eran extraños para ella. Observó que se parecían bastante entre ellos, no sabía quiénes eran pero debían ser gemelos. Ambos tenían el cabello negro, la chica era alta y vestía muy ceñida con una falda corta, botas altas y una chaqueta de cuero. El chico vestía totalmente de negro, y era tan delgado que parecía un modelo. Era algo más alto que la chica, cabello liso y negro que caía a ambos lados de su cara hasta los hombros. Y aquellos ojos verde aguamarina, eran idénticos para los dos.
                - Ellos son mis hermanastros, Dana y Jared.
                Jared, que estaba más cerca de ella, le tendió la mano, a Dana, ya la había saludado.

                Rob sabía que Jared era más reservado a la hora de conocer a gente nueva, pero se portó bastante bien con Mariam. Rob se sintió tan bien viéndose rodeado por la gente que quería, que le rondaba por la cabeza la idea de que aquello no podía durar. Rosita le tenía muy bien atendido. Le ayudaba con la ducha, le cambiaba de ropa e incluso le afeitaba cada mañana.

1 comentario:

  1. Ya me he puesto las gafas y continuo leyendo,ahora creo que debería de empezar por el principio de la historia!!
    Rocío.

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